Testimonio hermana María Ana Salinas Ávalos

Hna Maria Ana

Recordando el pasado para vivir el presente

 

En una cálida conversación con la hermana María Ana Salinas Ávalos, descubrimos la sencillez de una mujer que está a punto de cumplir medio siglo al servicio de los demás.

Mi vocación la empecé a descubrir desde los nueve años, desde que hice mi Primera Comunión; estudié con las salesianas: ahí teníamos nosotros la misa diaria y caminaba todos los días 22 cuadras, de mi casa al colegio, para alcanzar la misa. Mi vocación se fue afianzando y yo le dije al Señor: "cuando sea grande, me voy a dedicar a seguirte completamente"; tenía una mamá que siempre nos hablaba de Dios, del bien y conversábamos, junto a mis hermanos, sobre cómo estaba el mundo, porque nos tocó ver muchas cosas: yo no soy de familia rica sino de familia obrera y también campesina, así que nuestra mamá nos hablaba mucho, tenía una gran fe en la Santísima Virgen. Mi papá era más callado, más tranquilo; ellos trabajaban en la empresa de repartición de diarios; yo vi muchas veces a mi papá leyéndole novelas a mi mamá y después les escuchaba comentarlas; además, un día a la semana él iba al cine solamente con mi mamá y nosotros nos quedábamos; otro día salía con nosotros, sus hijos - dos mujeres y dos hombres-, y al retornar nos preguntaba qué habíamos entendido y por eso nosotros nos acostumbramos a opinar, a contar lo que habíamos visto, ni sentíamos el camino. Creo que todo eso nos ayudó para el futuro.

Yo estudié toda mi básica en la Salesiana, después pasé a un internado de ellas porque manifesté que quería ser religiosa, pero en esos tiempos las congregaciones eran de mucha aristocracia; entonces, aproveché para estudiar moda, corte y confección en el José Manuel Infante; estuve un año pero me di cuenta de que no me iban a recibir, así que salí con mucho dolor, me costó mucho reponerme y una profesora me dijo "yo te voy a acompañar a buscar una congregación"; la que yo quería no resultó, incluso hasta me enfermé, lo había tomado tan profundamente que me llevaron al doctor, quien le dijo a mi papá que debían lograr que yo, que tenía entonces 14 años, ya no aspirara a ser monja, porque si no me moriría; mi papá dijo "no quiero saber más que quieras ser monja"; yo me dije a mí misma que iba a guardar esto dentro de mi corazón y que el Señor, si quería que fuera religiosa, me daría las oportunidades y me abriría el camino.

Busqué, con esa profesora que me quería mucho, una congregación y llegué a las hijas de San José; una hermana sencilla, quien era la Provincial, me dijo "hija: tú tienes vocación, pero no te apures, deja que el Señor haga la obra en ti" y me aconsejó, incluso, que conociera a algún joven, pololeara, trabajara o estudiara; "si tienes una verdadera vocación eso perseverará en ti", dijo. Ese consejo me alentó.

Encuentro con el Buen Pastor

Empecé a trabajar en escuelas y al ir a las casas de mis alumnos a hablar con las mamás; conocí a una asistente social, fui por unos trámites al Buen Pastor y me encontré con una monjita, Eufrasia se llamaba, creo que era portorriqueña, quien me dijo "usted tiene vocación y si esa así, ¿por qué usted le está haciendo silencio al Señor?". Le conté de todas mis vicisitudes y me dijo que me presentaría a la Superiora Provincial, una canadiense, y me llevó también a una Casa que teníamos nosotras en Rivera, que era la pura Iglesia, y ahí estaba la Madre Teresa Campuzano, quien era la Provincial; las dos me acogieron muy bien, las dos me aceptaron y entonces pensé que no sería inmediatamente, porque debía esperar a que terminara el año, dejar mis trabajos y luchar contra la voluntad de mi papá.

En la Congregación me fijaron una fecha de entrada, en el mes de Santa María Eufrasia; yo conversé con mi papá y me dijo que no; "si te hicieron sufrir tanto la primera vez y casi te fuiste, no, imposible", argumentó; "primero que nada, yo tengo que obedecer a Dios y tú no vas a perder una hija, yo sé que no estoy haciendo daño, así que me comprometí y tú me has enseñado a ser cumplidora"; la salud también se me resintió, me dio una peste tan grande que cada vez que tomaba la maleta me venía una fiebre; las monjitas me habían regalado una estatua de Santa María Eufrasia, a quien le dije: "mira

Santa maría Eufrasia: si tú permitiste que me encontrara con tus hijas, entonces ahora me tienes que ayudar y darme el valor y la fuerza"; yo llevaba el corazón apretujado porque era una situación familiar difícil, así que tal fue la fuerza que acepté que mi papá me echara; "si quieres irte, vete, pero te vas con lo que tienes puesto", me dijo él, pero mi mamá tuvo una reacción diferente: "no, mi hija no se va así porque yo sé que va hacer algo bueno, yo la voy a dejar en el convento"; mi papá no quiso ni siquiera despedirse de mí; llegué a la Casa de Rivera con mi mamá y mi hermana.

Después, logré reconciliarme con mi papá, me fue a ver al convento en Santiago y tras la muerte de mi madre, quien murió en mis brazos, mi papá me entregó las llaves de la casa y yo le dije "entrégaselas a mi hermana mayor"; luego me tocó la muerte de él, cuando yo estaba en San Felipe.

Obras de amor

En el convento, años después, daba clases, tenía 180 niñas y todas ellas confrontaban difíciles situaciones por los problemas de abandono, vagabundez y lo más curioso es que las chiquillas se encantaron conmigo, porque yo les decía "chiquillas: me van a perdonar pero yo soy tan pequeña que me tengo que subir a algo para poder escribir en este pizarrón"; como mi vestimenta era una cofia, una capita y andaba de negro, ellas me decían la "madre viuda".

Estuve seis meses de postulante, dos años de novicia y después están los seis años de joven profesora; estuve todo el tiempo con las niñas en calle Rivera en Santiago. Cuando hice la profesión, pasé al colegio Rosa Santiago Concha, donde di clases de gimnasia, educación física y educación musical; llevaba a las niñas a un conocimiento de Dios, las preparaba para las primeras comuniones en religión; en ese colegio estuve cuatro años y luego estuve un tiempo en la Aldea María Reina, hice los votos perpetuos y me acuerdo que eran tiempos difíciles, pues no entraba gente, no había vocaciones y todo el mundo estaba un poco alejado de Dios; posteriormente me enviaron a la correccional de mujeres.

Pastoral carcelaria

En la cárcel de mujeres, trabajé ocho años y me tocó vivir de cerca el período político; trabajé con las presas políticas, manejaba una sección y me tocó ver los talleres, consolarlas, escucharlas, enseñarles un camino que a veces era raro que ellas lo tomaran y las alentaba para todo lo que podía venir, porque no sabíamos lo que iba a suceder; yo hacía actividades artísticas con ellas, les enseñaba religión e incluso les concedíamos, con la Superiora general, el Alcaide y el Ministerio de Educación, que vinieran a hacerles, desde afuera, áreas artísticas, de trabajo manual -por ejemplo peluquería, moda, etc-; yo asistía con ellas para que tuvieran confianza y pudieran hacerlo.

A las sindicadas de prostitución, las apresaban en las noches y las traían al amanecer, pero después, llegada la noche, las venían a sacar y eran los mismos detectives quienes las explotaban; yo en eso me metí y aconsejaba a la niña: "sal en la noche, pero cuando te vuelvan a tomar presa ahí tú, con valentía, dile al juez quién es el que te prostituye". Me tocó el caso de una niña que estaba embarazada y la metían a un turril lleno de agua fría, para sacarle información, para torturarla y eso lo denuncié al Ministro y le dije que no era correcto que en el mismo cuartel o cárcel, o donde llevaban a la gente, hicieran eso con las personas; "eso es tortura, eso es aumentar más el dolor porque de por sí las personas ya están sufriendo, así que no es posible", dije; el Ministro se quedó callado e instruyó a su secretario que tomara nota; éramos varias hermanas del Buen Pastor, una comunidad completa: éramos dos en el pabellón, dos en el proceso, había otras dos en el patio del día, otra en la sección de las guaguas y además en el cuerpo de vigilantes mujeres; las mujeres reas que nunca estaban solas.

En la Aldea María Reina

Después de servir en la cárcel, estuve en la Aldea María Reina, donde daba clases de ciencia naturales y artísticas con la hermana María Paz; también estuve en un hogar de 22 niñas y ahí les enseñaba de todo a las niñas: a ser dueñas de casa, a hacer el almuerzo y a ser estudiantes; luego estuve en la Cuarta Casa que se cerró y posteriormente me mandaron a San Felipe, donde tuve un hogar de las grandes y también daba clases en el colegio.

Me enviaron también a Rancagua, estuve con un hogar y después de ecónomo; ejercí 11 años como directora de catequesis diocesana y en 1992 se murió mi hermana mayor; al poco tiempo fui a Iquique, donde trabajé en Alto Hospicio, arriba, casi en el desierto, y ayudaba a un cura obrero, en su parroquia; había una capilla pero era a unos cuantos kilómetros por el desierto y la gente no podía ir, entonces una señora muy buena me prestó un pedazo de terreno e hicimos una iglesia de campaña, una carpa con los sacos que nos donaron en la Zona Franca de Iquique, alguien consiguió sillas y fue una misa muy bonita, había gente del sur, chinos, gente minera, del desierto y fue preciosa la misa.

Estuve en la Casa de Talca, trabajaba con adultos en la parroquia, hacia catequesis en el hogar que había y trabajaba con la gente de la población; de ahí pasé a Temuco, donde me ha tocado hacer de todo: dueña de casa, asesora del hogar, las porterías, receptora y he trabajado también con el adulto mayor.

¿Cómo evalúa su experiencia de vida?

Las cosas que me pasaron, buenas o malas, yo las tomo como una experiencia y una enseñanza y le doy gracias al Señor, porque ha tenido tanta misericordia conmigo y nunca me ha dejado sola, siempre he estado con Él. Yo lo que enseño es porque lo he vivido, lo he experimentado y en eso le doy muchas gracias al Señor. Al contrario, le pido perdón porque a veces, humanamente, me ha dejado hacer o decir lo que yo pensaba y a lo mejor he ofendido; entonces, ahí viene el perdón y le digo "Señor: yo no lo he hecho con mala intención, sino con el propósito de ayudar, de enseñar; eres tú quien ha actuado detrás de mí, así que todo esto te lo debo yo a ti".

Centro de Comunicación