Testimonio Hermana Ana María Martín Fruto

-La hermana Ana María Martín Frutos, Teresa en religión, tiene más de 60 años de vida religiosa; al pedirle que hiciera una retrospectiva de su vida ¿qué aspectos mencionaría? Hermana Teresa señala: 

“Yo he experimentado en mi vida religiosa mucha cercanía interior de Dios en mí…me ayudó mucho en los momentos más difíciles”. “Nací en España; como consecuencia de la guerra de civil. En 1936 mi familia tuvo que huir y fue acogida en Chile”.

-Por su propia experiencia sabe lo que significa ser refugiada y migrante.

 

En cuanto a su vocación religiosa, ¿qué puede decir?
 “Fue un empujón que me dieron de arriba. Yo hasta el día de hoy no lo entiendo; siempre digo: para mí, Dios empezó a existir en mi vida, desde el momento en que El me llamó a ser religiosa, porque mi vida era más bien distinta. Entré a la Congregación del Buen Pastor el año 1951, y antes mi vida era de fiesta, me gustaba mucho bailar. Yo vivía sábados y domingos con mis amigas y mis amigos, bailando, y fue de repente, en un retiro del colegio donde estuve leyendo la vida de San Damián, y ahí me tocó el Señor. Me cuestioné: ¿por qué yo no podía hacer algo por los leprosos? Mi interés era irme a la Isla Juan Fernández. Lo consulté con Monseñor Munita y él me dijo que había leprosarios más importantes en la vida. “Hay muchos leprosos del alma” señaló. Él me explicó cómo, pero que no me entusiasmara, que siguiera bailando y así se fue dando el llamado. Entonces, yo empecé a percibir que iba a las fiestas, lo pasaba bien, pero cuando llegaba a la casa sentía un vacío, y empezaba a acordarme del Padre Damián y todo el trabajo que hacía: ¿por qué yo no? 

 

El tiempo ha pasado y para mí sigue siendo un misterio mi vocación religiosa. He sido feliz, muy feliz porque he aprendido a dar la vida a otros; mi vida ya no me pertenece porque se la entregué al Señor y eso me ha mantenido gozosa y entregada a Dios y a las personas desvalidas, en la vida religiosa”.

 

¿Cómo fue su encuentro con el Buen Pastor? 
“Parte de mi vida me eduqué en el colegio de las Hermanas del Buen Pastor, “Rosa de Santiago Concha” que estaba a dos cuadras del departamento donde vivíamos con mi familia. A mí no me gustaban las monjas; creo que era una época en que se mantenía todavía a la religiosa como un poco lejana a la alumna y a mí me gustaban las cosas más cercanas, más personales y como no lo encontraba en ellas, me cargaban. Me gustaban como profesoras pero no para el contacto personal y ahí empecé yo a terminar con la vocación religiosa. Un día estaba tan cansada de estar con las monjas, que fui sola a matricularme a un liceo y le dije a mi mamá que no quería saber más de colegio de monjas, pero ¡lo que son las cosas de Dios!: cambiaron de directora en el Rosa de Santiago Concha, ella me había conocido de antes y fue a mi casa a preguntarle a mis padres porqué yo no me había inscrito en el colegio cuando ya iban a comenzar las clases. Entonces mis padres le dijeron que yo no quería estar allí con las monjas, sobre todo por una, y ella me dijo que la iban a cambiar y les hizo prometer que yo volvería al Buen Pastor. Yo hoy día lo pienso y digo ¿qué le inspiró a ella ir a mi casa? Empecé con los retiros; iba a los retiros del colegio y me gustaba eso de interiorizar la vida, conocí mejor el contacto personal con Jesús, y eso me llevó a decidirme.

 

Siempre estuve guiada y acompañada por Monseñor Munita, y cuando me creyó, me empezó a dirigir más seriamente. Un día me dio un papel lleno con direcciones de religiosas apostólicas y yo alcancé a ir a dos o tres pero no me gustaban porque todas eran educacionistas y yo no quería nada con educación. Yo me había quedado con eso de trabajar con los leprosos y que había un leprosario de almas. Entonces yo quería eso: trabajar activamente con personas que necesitaran ayuda personal. Tenía claro que la vida espiritual me gustaba mucho, que la vida religiosa me llamaba, que Alguien me llamaba fuertemente y yo no podía decir no. Por eso cuando lo pienso hoy, me digo que fue un empujón, porque la vocación es muy difícil de explicar. En esos años ¿qué hice? Interiorizar la voz de Dios en mi interior y el anhelo de trabajar con las personas más necesitadas y vulnerables. 

 

Entré a la vida religiosa y sólo regresé a mi casa, a ver a mi familia 15 años después; ellos me iban a ver a menudo. Cuando estudiaba servicio social iba a poblaciones difíciles a hacer visitas domiciliarias y cuando pasaba por mi casa, miraba pero no podía ir a la de mi familia. Estoy hablando de los años anteriores al Concilio Vaticano II. Un día la Provincial me dijo: “mira, acompáñame”, iba con una pillería. Íbamos en auto, y cuando llegamos cerca de mi casa me dijo: “bájate y anda a ver a tus padres, ahora tienes permiso para ir a tu casa”. Después, pude hacer una vida normal con la familia, una vez al mes. La vida conventual era bastante cerrada y hasta el día de hoy no comprendo cómo aguanté, yo que soy bastante abierta. El Señor me pescó de tal manera que Él era lo principal para mí. Amé mucho a las niñas, jóvenes y mujeres con las que trabajé”.

 

- Hermana, cuéntenos sobre su Misión. 
“Mientras estudiaba Servicio Social atendí durante 5 años un Hogar de jóvenes egresadas del Buen Pastor en Avenida Matta en Santiago; en ese entonces yo tenía 20 años y algunas de ellas eran mayores que yo. También estuve en la Casa Provincial en Rivera, como cuatro años dedicada a las niñas, eran 150, a quienes mucho amaba; yo ahí supe lo que era la pobreza.; el dinero escaseaba y había que arreglárselas tanto niñas como religiosas. Nosotras vivíamos igual que las niñas con las que todo compartíamos; ¡empecé a quererlas tanto! Eran personas tan desfavorecidas de amor, de formación, de Dios y llegué a sentirlas, después de un tiempo, como hijas. Esa es la parte más bonita de mi vida religiosa, que una no forma familia de sangre pero que fuertemente va sintiendo de a poco que creó otra familia, la familia que Dios le ha dado. 

 

Otra misión la tuve en Aldea María Reina, en Puente Alto, el año en que se fundó, 1965, donde fui una de las fundadoras. Se empezó con dos hogares con 15 niñas cada uno, con ellas ejercí mi servicio social en muy buena armonía con la jueza del Primer Juzgado de Menores de Santiago.

 

El año 1968 volví al Hogar de Egresadas en Avda Matta y lo dirigí cinco años. Atendía a 16 jóvenes egresadas, ellas trabajaban como auxiliares de enfermería y otros y aportaban algo al Hogar. Varias se casaron allí. Fue una experiencia muy linda y provechosa para ellas y para mí, de quienes aprendí mucho. Algunas de ellas fueron más tarde exitosas profesionales.

 

Más tarde, volví 2 veces a María Reina como Animadora de la Comunidad y Directora de los Hogares. También integré el Consejo de la Provincia con dos provinciales, hermana Ana María Quiroz y hermana Berenice Torrico; viví con ellas cerca de seis años en la Sede Provincial, donde también fui Ecónoma Provincial. En ese tiempo misioné con los enfermos de Sida, en el Hogar fundado por el Padre Santi, en Irarrázaval, Santiago. Fue una experiencia preciosa porque yo descubrí otra vez la fuerza del Señor en el ser humano. Cuando les preguntaba a ellos ¿qué querían?, ¿qué esperaban de mí?, ellos me decían que yo les entregara a Dios y que les hablara de Él, que les llevara una Biblia. Me dije: ¡cómo al ser humano, por desgraciado y vulnerable que haya sido, le llega un momento en que Dios se despoja para que esa persona se encuentre con Él. Puedo decir que los que estuvieron conmigo recibieron la gracia de la conversión, de modo que partieron de este mundo con los Sacramentos.

 

Estuvo usted viviendo en Bolivia. ¿Cuál fue su experiencia en esta tierra?
Fui Animadora Provincial en Bolivia donde estuve seis años. Me aclimaté rápidamente porque el boliviano es muy acogedor. Me sentí muy aceptada, muy acompañada por las hermanas, muy comprendida; entonces no se me hizo dura la separación de país, de la familia; además que como Provincial tenía mucho que hacer, entonces el tiempo pasaba demasiado rápido. Había estructuras que cambiar y se fueron dando fácilmente, incluso me sentía ayudada económicamente también por la Casa General de la Congregación y por organismos extranjeros por ej. la Embajada de Japón. Así pudimos crear una obra apostólica en la casa de Sucre, donde se rescataron las Escrituras y se hizo la subdivisión del terreno con el obispado. Encontramos un espacio para edificar el Centro de Atención para la Mujer Golpeada, maltratada, cuya puesta en marcha se haría en colaboración con salud, carabineras, y UNICEF, los que pondrían todo el personal profesional y una hermana haría de directora. 
Con gozo pudimos responder a la petición del Obispo, para fundar en El Alto, La Paz, una comunidad y una Obra apostólica para la mujer maltratada. 

 

Me tocó cumplir el mandato de la Superiora general y su Consejo, de cerrar la Casa de Cochabamba. Hice reuniones con las hermanas y el Consejo de la Provincia para reflexionar sobre la situación de esta Casa, de modo que ellas mismas vieron la necesidad de cerrarla y venderla, lo que acordaron mayoritariamente. Se cerró y se vendió.

 

Las hermanas y el Consejo querían establecer una Casa en Oruro. Fui a hablar con el Obispo, quien acogió entusiasmado la propuesta. Nos cedió una Casa próxima a una cité de prostíbulos para allí ejercer nuestra misión. Una hermana iba a dar charlas una vez a la semana a una de las casas. En la parroquia fue importante establecer el Comedor infantil, que opera diariamente y el Taller de costura para las mamás, personas muy vulnerables que necesitaban ayuda.

 

Antes de finalizar mi período de Animación en Bolivia consideramos, como provincia y como Consejo, que era importante hacer toda una renovación y preparar un camino para el futuro. Con este fin hicimos un Proyecto Provincial a corto y largo plazo, con el acompañamiento de un sacerdote chileno experto en Planificación, Padre Brito sr. La siguiente Animadora, Yolanda Aramayo, pudo poner en práctica este Proyecto. En una visita que hice a la comunidad de Santa Cruz, las hermanas plantearon la necesidad de vender la casa de la comunidad que era muy inhóspita, y con ese dinero construir una casa en la población; lo que aprobamos con el Consejo. La nueva construcción se hizo como las hermanas la pidieron, de dos pisos, y con una gran sala para talleres femeninos de formación integral.

 

La gran ventaja de Bolivia fue que se accedía muy fácilmente a los ministerios, y se contaba con la cooperación internacional. Esto me pareció estupendo en Bolivia. Como Provincial tenía muy poco tiempo, pero como la Sede Provincial limitaba con la cárcel de mujeres, cuando tenía un tiempo, un momento libre, iba a visitar a las internas y a hacerle los favores familiares que me pedían; para mí era un descanso ir a la cárcel, conversaba mucho con cada una, escuchaba su problemas y hacía también algunos servicios, pero lo más importante era el camino de conversión que ellas hacían. 

 

Al volver a Chile misioné en poblaciones: - Santa Ana (Recoleta) en Santiago, con drogadictos de las calles. Era una población muy contaminada con el alcohol y la droga, y las hermanas los escuchábamos, atendíamos sus necesidades básicas, hacíamos de enfermeras, consejeras y con ellos/as preparábamos celebraciones e íbamos a sus casas. Logramos formar grupos de reflexión. -En Cerro Navia, Santiago, me tocó escoger el terreno y supervisar la construcción de una Casita para el Noviciado. Viví allí dos años con las novicias a quienes acompañé y mi misión de servicio social fue con las mujeres de la población. - En Tierras Blancas, La Serena, trabajé mucho el aspecto social con las mujeres de la población. – En Copiapó, estuve seis años como Animadora; llegué 10 días antes del terremoto de Copiapó en el año 2007 que fue grande. La casa tenía 95 años de existencia, y quedó en muy malas condiciones, igual que la capilla que era famosa y muy querida, ya que mucha gente se había bautizado y había hecho la primera comunión allí; la gruta de la Inmaculada a un costado de la Capilla era muy visitada. 

 

La iglesia se hizo de nuevo con el nombre de Capilla del Buen Pastor, a sabiendas de que dejaríamos la obra apostólica en esa ciudad. La construcción la hicimos con la ayuda mayoritaria de La Fundación Alemana para el Desarrollo, con la cooperación de la propia Congregación y de la gente de Copiapó. Me tocó cerrar la Comunidad y los Hogares que teníamos en esa ciudad, y pudimos entregarle al obispado, la Capilla terminada que mantendría un grupo de fervorosos fieles.

 

- Hoy día, ¿qué nos puede decir?
“Ahora a la 82 años, estoy en la Comunidad de Nazareth, Puente Alto, junto a otras hermanas enfermas y ancianas. Oro, leo mucho y tengo un grupo de reflexión con las hermanas. Aquí mi misión es la escucha, el compartir, orar y ser feliz, y seguir creciendo con ellas en la cercanía de Dios”. ¡Viva Jesús y María!
 

Centro de Comunicación

 

 

 

Testimonio hermana Francisca Ponce

Hna Francisca

Hay que arriesgarse a caminar con ÉL y dejar que ÉL nos guie y conduzca por los caminos que ÉL quiera

La hermana Francisca Ponce, con 30 años de vida religiosa, se ha dedicado a acompañar y formar a jóvenes que sienten el deseo de servir a Dios: “A las jóvenes que están con la inquietud de ser religiosas yo les diría que buscar el camino del Señor, dejarse conquistar por Él es lo más maravilloso. Cuando una siente la experiencia con el Señor y va creciendo en ella se va liberando, se va abriendo no solo al mundo religioso sino a la humanidad, a sanar sus propias heridas. Nuestra familia es universal y se va ampliado entonces una va por un mundo que es maravilloso, que no es solamente religioso sino es humano y Dios está ahí: en la familia, en las personas, en este caminar, en liberarse, en crecer como mujer, en sentirse feliz”.

“Desde que comencé mi vocación como religiosa del Buen Pastor siento que es un caminar de descubrimiento y aprendizaje donde todas las experiencias, buenas y no tan buenas, son pasos que uno va dando y en todos ellos uno va descubriendo la vida con Dios y cómo Dios me ama y por eso me libera. A través del acompañamiento que brindé a muchas jóvenes de formación, como para las personas laicas, he descubierto que cada una de ellas viene con una historia y con dolores pasados, y todo esto es un camino que a uno le enseña a abrirse y a amar a los otros, a las otras. A una le hace descubrir que se ama a Dios y se sirve de muchas maneras y que cada una es válida y es amada por Dios en ese caminar; es un camino de irse abriendo y descubrir el amor de Dios y de ir sintiendo que Dios me ama y que yo puedo amar a otros y a otras en lo que hago, en lo que entrego, ese descubrir a uno también le da seguridad y eso va haciendo que uno adquiera mucha paz y una gran plenitud de vida, vaya madurando en la fe y ese es un camino de enriquecimiento”.

“En este mi caminar por las vocaciones me he encontrado con muchas personas que quisieron ser religiosas y que no supieron, o no pudieron hacerlo, y hoy se encuentran con otras realidades. Hago una invitación, primero, a orar para pedir al Señor que nos ayude a descubrir la vocación y después, quizás, a buscarla, escuchar los llamados y a arriesgarse, a vivir, a hacer una aventura con el Señor. Él llama no solamente para la vida religiosa consagrada sino también para la vida; entonces, hay que arriesgarse a hacer la experiencia con Él, caminar con Él es maravilloso y dejar que Él nos guie y conduzca por los caminos que Él quiera y si hay realmente una vocación que la viva en total plenitud”.

En este camino de formación, la hermana Francisca comparte sus experiencias de trabajo: “muchas jóvenes han pasado y muy pocas han quedado pero el camino de liberación, de descubrir a Dios en su historia, en su vida es magnífico. Algunas de ellas ahora están casadas, otras están estudiando pero siguen en esta experiencia porque Dios las marcó. El Buen Pastor a una la marca, como dice el Evangelio, le da vida y vida en abundancia aún cuando quizás alguna de ellas descubra que ese no es su camino pero la experiencia de enriquecimiento, el servir, el unirse a otro u otra, hombres y mujeres en comunidad, para servir al Dios que nos llama, eso es maravilloso”.

ÉSTE ERA MI MUNDO

Al preguntarle ¿Cómo despertó su vocación de ser religiosa? Ella nos cuenta que su vocación despertó en el momento de la confirmación; formaba parte activa del grupo de jóvenes de su Parroquia en la ciudad de Calama: “como paralelo, también empecé a trabajar como secretaria de la asistente social del Juzgado de Menores entonces visitábamos las familias, los niños y niñas en dificultad. Fui descubriendo lo hermoso que era el Evangelio por la reflexión que hacíamos en el grupo, la oración que hacíamos en los grupos de juventud y la vida de la comunidad parroquial y por otro lado, la acción social a favor de los más necesitados. Iba sintiendo que eso era mi vocación, iba sintiendo que el Señor me llamaba para allá. Fui dando los pasos normales que se dan en la Iglesia para después llegar hasta el compromiso: los grupos juveniles, los grupos de pastoral vocacional, la acción de la Iglesia, después el contacto con una comunidad”.

Su contacto con la Congregación del Buen Pastor se dio gracias a una compañera de colegio, la hermana Guadalupe Lisambarth, quien ya había ingresado a la vida religiosa. “Las hermanas, desde Antofagasta, me fueron a visitar a mi casa, una de ellas era la hermana Luz María, que ya falleció, y la hermana María de Jesús Restrepo y así yo entré en contacto con el Buen Pastor”.

Posteriormente, la hermana Francisca viaja a Antofagasta a iniciar el proceso formal de su vocación: “pedí mi ingreso para el postulantado que era la primera etapa de iniciación en la vida religiosa. Y llegue a una comunidad de hermanas que en ese tiempo tenía la cárcel de mujeres en Santiago entonces ahí conocí el apostolado. En Antofagasta era el internado de jóvenes, de adolescentes, y ahí empecé a conocer y a sentir que lo que yo quería, lo que yo intuía, coincidía con lo que yo iba conociendo y me entusiasmaba cada vez más. Me gustaba esa vida, iba reafirmando lo que antes para mí era un deseo, ahora se iba concretando cada vez más con jornadas, con encuentros, con conocimientos de lo que hacían las hermanas y dije sí, este era mi mundo”.

MI MISIÓN DENTRO DEL BUEN PASTOR
“Cuando yo comencé, después del noviciado, me enviaron a Antofagasta. Trabajé en la parroquia con jóvenes en la Pastoral Juvenil y con las niñas de la Residencia quienes iban a la Parroquia. Teníamos una integración de actividades. Fue un año muy rico para mí en el que yo pude volcar todo ese amor y entusiasmo que tenía por servir y por amar a los demás; tengo muy lindos recuerdos. Luego, me enviaron a San Felipe y ahí estuve a cargo de una Residencia de niñas y adolescentes internas; también fue un solo año pero intenso y una experiencia distinta de conocer a las niñas, su problemática, el dolor de ellas. Después de eso, fui a la Casa de Formación, ya profesa en el segundo año, y comencé a estudiar servicio social y ahí caminé hasta los votos perpetuos aunque también hacia algunas actividades pastorales. Asimismo, estuve con las niñas de la Aldea María Reina y en la Parroquia Montserrat que estaba cerca de la casa donde vivíamos hasta que hice los votos perpetuos. Me volvieron a enviar a Antofagasta, ahí termine los estudios y ahí también me nombraron Animadora de la Comunidad y ahí si fue un trabajo muy arduo porque tenía que terminar de estudiar, ver la comunidad y ver el hogar que siempre teníamos de chicas adolescentes. Nos tocó renovar el apostolado, una experiencia también muy llena de vida, llena de Dios. A veces a Dios lo vemos en el trajín del día, teníamos solo tiempo para la eucaristía de la mañana pero luego Dios se presentaba muy activo y había que buscarlo ahí. Fue también una experiencia muy formadora que me enseño mucho de mis hermanas mayores, de las jóvenes, de las niñas. Nos tocó también un terremoto en esa época, en Antofagasta en el año 95. Yo estuve 4 años en esta experiencia de religiosa de votos perpetuos, después de eso tuvimos la visita de la Superiora General y de la Consejera que en ese tiempo era la Hermana Lilianne Tauvette, visita canónica de la Provincia, con la hermana Delia Rodríguez que era Consejera y entonces la hermana Cristina Opazo, que también era Provincial, pidieron si había personas para enviar al Centro de Espiritualidad en la Casa Madre en Angers y la hermana Cristina me había pedido que cuando yo terminara los cuatro años en Antofagasta me iba a trasladar a Santiago para que formara parte de la comunidad de Formación. La hermana Cristina, con el Consejo de esa época, decidieron enviarme primero al Centro de Espiritualidad de Angers para que yo me formara mejor en la espiritualidad de la Congregación y luego viniera a la Casa de Formación así que me enviaron esta vez a Francia. Estuve ahí casi cuatro años, formando comunidad internacional con hermanas de muchos países y formando equipo de trabajo en el Centro de Espiritualidad.

Cuando regresé de Francia participaba, junto a Teresa Restrepo y Angélica Guzmán, en el Centro de Espiritualidad. No estaba tan bien desarrollado como ahora pero participamos, sobre todo, en la organización de la celebración de los 150 años con la hermana Angélica Guzmán y con hermana Leticia Cortés quien era la Provincial y otras hermanas que integramos el equipo como Eliana Letelier.

De Angers llegue a Santiago a hacerme cargo de la Formación en una comunidad de inserción en Cerro Navia, ahí teníamos el Noviciado en esa época; siempre hubo novicias de Bolivia y Chile. Todavía no teníamos la integración de Provincia que ahora tenemos pero sí teníamos el noviciado en conjunto, esa fue otra experiencia muy desafiante, diferente a lo que había hecho antes porque se trataba de acompañar y ayudar a formar a las novicias a la vida religiosa. Fue una experiencia muy rica, que a uno le enseña mucho pero también le exige mucho. Acompañar a otra persona en su caminar no es lo mismo que caminar uno. Ver la idiosincrasia de las personas, sobre todo con las jóvenes de Bolivia que tienen otra cultura, otra mentalidad, enriqueció mucho la comunidad pero presentó otro desafío. Tienen otros características culturales que también se refleja en la fe, en mirar la fe con muchos elementos propios de la cultura boliviana, también en su carácter, son muy reservadas, no son fáciles de entablar diálogo, hay que conocerse mucho para entablar un diálogo profundo, entonces esos son desafíos; también traen las propias heridas, también las chilenas, de su familia, de la cultura donde vienen, de lo que han vivido y todo eso integrarlo en una vida de fe, de desarrollo, de vocación es todo un desafío que exige oración, que exige apertura, mucha escucha para ponerse una en el lugar de la otra y descubrir, sentir con ella lo que está viviendo y ayudarla a afianzar la vocación o descubrir que no es su vocación. Sentir también el duelo cuando se van porque se dan cuenta que no es su vocación y despedirlas siempre es un dolor, siempre es una pérdida así que todo eso lo hemos vivido a lo largo de estos años.

Después de esta experiencia, nos trasladamos a Valparaíso, siempre con la Casa del Noviciado, y además agregamos postulantado, vinieron también jóvenes de Bolivia y Argentina, ampliamos una comunidad apostólica. Otro gran desafío, integrarlas, otra cultura, otra forma de vivir, también integrarnos con una comunidad de hermanas mayores, adultas, otras jóvenes, integrar caracteres, maneras de vivir y acompañar a las jóvenes en todo su caminar, en su proceso de dar respuesta a Dios, llamando y descubriendo si por ahí va o no va su camino. También con un desafío apostólico porque había una casa de acogida para mujeres que salen de la cárcel o que sufren violencia intrafamiliar, que vienen con sus hijos pequeños, también eso enriquece porque ayuda también a las jóvenes a formarse en el apostolado, a descubrir el carisma de la Congregación, en ejercer el celo por servir y amar a esas personas pero eso también implica trabajo y coordinar personas, actividades; también hay dificultades, roces de caracteres, de trabajo. También viví una experiencia bonita de integrarme a un equipo de espiritualidad diocesano en que trabajamos en un proyecto de formar líderes para las parroquias de la diócesis, fue un trabajo muy bonito de dos años que lo realizamos con laicos y religiosos: sacerdotes, religiosas de otras congregaciones, una experiencia muy formativa, muy enriquecedora con temas de formación y acompañamiento.

Yo tuve la experiencia de acompañar a mis hermanas pero me toco también acompañar a personas laicas de parroquia, líderes espirituales esto en Valparaíso, una experiencia muy buena, que me dio mucho pero que también exige porque demanda participar en reuniones, coordinación, acompañamiento, tiempo, dedicación pero deja también mucho de Dios. Una aprende mucho de las personas a quienes acompaña, también se aprende a ejercitar la paciencia, la apertura para oír, estar ahí disponible, es una experiencia que enriquece mucho. A mí es el servicio que más me encanta, acompañar a otros, entregar espiritualidad, recibir de ellas y caminar en ese aspecto.

Luego de Valparaíso, vuelvo a Antofagasta nuevamente, ahora ya con una Provincia unida Bolivia/Chile con el Consejo Provincial se vio importante que sigamos más cerca de Bolivia porque siguen viniendo jóvenes de Bolivia en donde trabajó siempre en el área de formación y también apoyando al centro de capacitación para mujeres”. Actualmente, la hermana Francisca integra el Equipo Provincial que se encarga de conducir a la Provincia Bolivia/Chile a lo largo de estos próximos seis años.


Centro de Comunicación

 


 

 

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