Cuando escuchamos o leemos la Palabra de Dios, hemos de recibirla no como un discurso humano, sino como una Palabra que tiene un poder transformador en nosotros.
Dios no habla a nuestros oídos, sino a nuestro corazón. Todo lo que dice está profundamente lleno de sentido y de amor. La Palabra de Dios es una fuente inextinguible de vida resucitadora.
Vamos captando de a poco, y a veces se producen iluminaciones profundas que nos hacen gustar y vibrar con Dios mismo. Las palabras de la Biblia salen del corazón de Dios. Y si nuestro corazón, mente y ser entero cuerpo y alma están abiertos a su corazón, el nuestro se funde en el suyo. Desde ese corazón, del seno de la Trinidad, vino Jesús —la Palabra del Padre— a la humanidad. Él es la Palabra hecha carne, la Biblia es la Palabra hecha Escritura.
Cuando escuchamos el Evangelio, hemos de poder decir como María: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38); a lo que Dios nos responderá: «Hoy se cumple esta escritura que acabas de oír».
Los contemporáneos de Jesús no le comprendieron, porque lo miraban sólo con ojos humanos: «¿No es este el hijo de José?» (Lc 4,22). Veían la humanidad de Cristo, pero no advirtieron su divinidad.
Cuando escuchamos o leemos la Palabra de Dios, es el Espíritu Santo, Dios, quien nos habla, y nos y llena de alegría.
Estamos en el Mes de la Biblia, acude a Ella para acercarte a Dios y escuchar al Espíritu de Amor, que te habla.
Este año la Liturgia de la Palabra nos va mostrando día a día el Evangelio según San Mateo; lo puedes leer entero de a poco y seguir los comentarios en tu Tablet o computador. Compártelo, es una perla preciosa.
La Palabra te llena de consuelo y alegría.
Hna. María Angélica Guzmán
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