Día Internacional de la Niña, vulnerabilidades extras

Muchos infantes son víctimas del abandono, trabajo infantil, violencia intrafamiliar, explotación, pobreza, maltrato, guerras y catástrofes naturales. A las niñas, además, se las ve como “objeto” de prostitución, tráfico, negativa a educarse formalmente, sometimiento, matrimonios forzados e incluso, cercenarlas en sus genitales.

En situación de pobreza, dejan su educación para asumir tareas del hogar y la carga de criar hermanos, mientras corren mayor riesgo de ser objeto de abuso sexual o violaciones por parte de parientes, conocidos y hombres cercanos.

  Niñas y niños enfrentan riesgos de igual vulnerabilidad. Instaurar un día para ellas es oferta de mayor humanidad. Es un llamado urgente a:
• dar visibilidad a injusticias y violencia en su contra,
• despertar la toma de conciencia y, desde ahí,
• modificar la convivencia entre hombres y mujeres del presente y del futuro.

 

Niños y niñas serán los “padres y formadores de personas autónomas, libres, creativas y felices del futuro”. Tratando de dejar atrás la exclusión histórico-cultural-religiosa, violencia y maltrato, ellas trasmitirán valores patrios, familiares, culturales y religiosos.

Juntos, ellos y ellas, deben decidir qué acciones reducirían la brecha entre ambos, que es de naturaleza humana y por lo tanto, no forma parte del plan de Dios, que, al crearlos hombre y mujer, les otorgó igual dignidad. Luego, su hijo les enseñó el camino para impregnarla en “iguales derechos y oportunidades para convivir en justicia”.

La sociedad, estados y legislaturas son las encargadas de garantizar los derechos a niñas y mujeres. La convivencia requiere –desde el amor y el respeto- que ellos aprendan a disfrutar no sólo esa igual dignidad, sino que también, de vivir la experiencia de “apropiarse” de los principales rasgos maternales de la espiritualidad de Jesús.

La implementación oficial ha sido lenta: derechos civiles (poder votar en las elecciones), derechos económicos (tener acceso al crédito), derechos laborales (tener igual salario por igual función), derechos educacionales (acceder a cualquier tipo de educación formal), derechos de salud (ser objeto de la misma atención pública y privada), derechos reproductivos (poder elegir el número de hijos y la distancia entre ellos), etc. La iglesia contribuyó al avance cuando “constató que la práctica religiosa” en el mundo católico era una realidad distinta a la doctrina y proclamó “la naturaleza independiente de la mujer” desde sus competencias reproductivas y emocionales. Pero fue más avance para la Iglesia que para las mujeres.

Las prácticas adultas -establecidas a partir de lo cultural y religioso- las enseñaron desde “el deber ser” provocándoles castración más que desarrollo personal y perpetuaron el modelo cuya “repetición incondicional” por madres, educadoras y religiosas, no integró al padre en la crianza. La iglesia, por su parte, no intenta remover de su estructura las diferentes funcionalidades que determina para sacerdotes y religiosas. La sociedad y legislatura de pocos países (Chile, entre ellos) mantienen rasgos discriminatorios contra la joven y mujer adulta frente al aborto porque, aún en situaciones de violación, riesgo de su vida o feto inviable, penaliza (castiga con cárcel) sólo a la mujer.

¿Con cuál acción concreta iniciaría el cambio en usted? Recuerde que entraría en el círculo virtuoso de la justicia y la paz.

 

Gloria Bensan
Comisión Justicia, Paz y Solidaridad