A enero de 2016 se estimaba que 10.000 de los 26.000 niños que habían llegado en calidad de refugiados a Europa habían desaparecido. Muchos de ellos llegaron sin adultos acompañantes y se piensa que algunos están en casas de familiares, sin conocimiento de las autoridades, pero otros estarían en manos de redes de tráfico de personas.
“En mayo, los oficiales en Italia alertaron de que al menos 5.000 niños habían desaparecido de los centros de asilo en el último año. En octubre, las autoridades de Trelleborg (Suecia), dijeron que alrededor de 1.000 niños y jóvenes refugiados sin compañía de un adulto habían llegado a la ciudad el mes previo y que desde entonces habían desaparecido. (...) Esos niños quedan a merced de una “infraestructura criminal paneuropea”, relativamente nueva y enormemente sofisticada que ha fijado su objetivo en los refugiados.” (Diario El País, 1.feb.2016)
Ayer, 2 de marzo, el Consejo Europeo señaló que, según sus datos, el año pasado llegaron a Europa 300.000 niños, muchos de ellos no acompañados, y un tercio de los inmigrantes y demandantes de asilo que pasan de Turquía a Grecia son niños. También alertó que desde el pasado septiembre se ahogan, en promedio, dos niños al día en su intento por cruzar el Mediterráneo.
Hace pocos días leía que un niño de tres años, que vivía con su familia en un campamento de refugiados, había llegado al hospital con una neumonía grave. Los doctores lo curaron y el niño se repuso pero el dilema ético de los médicos era que si lo daban de alta –como correspondía- y volvía al campamento iba a recaer porque las condiciones de vida no permitían su recuperación. Los médicos y el hospital decidieron no darle el alta hasta que la familia estuviera viviendo en otras condiciones para resguardar la vida del niño.
Cuesta pensar que es mejor para estos niños y sus familias... si seguir viviendo en países arrasados o llegar a vivir en condiciones de miseria. Cuesta pensar que hay personas que lucren con ese dolor!
La imagen del pequeño sirio arrojado en una playa de Grecia, la mirada del policía, la mirada del padre... todo el dolor de la desesperanza: la certeza de que los riesgos y miedos pasados en busca de una vida mejor para los hijos e hijas quedaban destrozados en el agua salada o son destrozados día a día en campos de refugiados que no cuentan con condiciones para vivir con dignidad.
Entremedio de esas situaciones están las vidas desaparecidas de 10.000 niños y niñas. Si nos ponemos en su lugar, podemos pensar que sus padres, como todos los padres, buscaron lo mejor para sus hijos e hijas, e hicieron todo lo posible para sacarlos del infierno de la guerra y ahora, muchos de ellos, no saben si enviaron a sus hijos a la muerte o a un destino peor.
Cada niño y cada niña es una persona hoy, pero también cada uno de ellos nos da esperanzas de la continuidad de la vida, por eso nos duele tanto cuando uno muere... cada uno de ellos es único en el corazón de sus padres y en el corazón de Dios, y sabemos que cada uno de ellos descansa en el corazón del Padre de sus dolores y miedos. Pero sabemos, también, que cada uno de ellos es una herida en la humanidad. Es un sueño de vida y alegría cortado. Cada uno de ellos es un grito de dolor y un llamado a cuidar la vida.
María Inés López
Centro de Espiritualidad