Discípula de Jesús Buen Pastor y protectora de la mujer, Josefa Fernández Concha nace el 15 de Marzo de 1835. Su vida se desarrolla en Santiago de Chile en el marco de la consolidación de la Independencia de la joven república. Es una mujer inteligente, culta, enamorada del evangelio de Jesucristo. Posee una gran sensibilidad social que cultiva en familia visitando y acompañando a los pobres de la ciudad. Es una buena conversadora, cualidad que desarrolla en los salones de la época y en familia, especialmente con sus hermanos Rafael, sacerdote, Pedro y Domingo. Se especializa como secretaria en el despacho de abogado de su Padre donde redacta oficios, cartas, hace informes, busca y señala artículos de los distintos códigos que solicita su padre, y aprende a relacionarse con personas de distintos ámbitos de la escala social. Habla idioma y toca piano, borda, sabe de moda y cose. Es buena lectora de los clásicos españoles y franceses, y padres de la Iglesia en particular San Agustín.
Su educación con profesores particulares le abrió las puertas al saber de esa época, particularmente al mundo humanístico. Tiene novio pero finalmente decide ser religiosa en la Congregación del Buen Pastor. Ingresa en 1862, a los 27 años. Ayudó mucho con su madre Rosa y sus hermanos Domingo y Pedro y Rosario, a la instalación y consolidación de la Congregación en Santiago y otras ciudades.
Después de un año de noviciado y uno de Consagración perpetua a Dios en la Congregación, toda su vida fue animadora: de comunidad, de provincia y visitadora de las Casas de América del sud-este.
Se distinguió por su dinamismo evangelizador centrado en la mujer vulnerable, abatida, sufriente y es así como, con hermanas chilenas emprendió la fundación de Casas en Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay (35 fundaciones); las iniciaba personalmente, instalándose en la mayoría de los casos en absoluta pobreza. Allí iniciaba las obras de acogida y atención a niñas, jóvenes y mujeres necesitadas de apoyo material y espiritual. Apuntalaba las obras recorriendo países y andando ciudades para fortalecer a las hermanas y alegrarse con niñas, jóvenes y mujeres que iban creciendo en dignidad. La correspondencia permanente era su herramienta vincular, allí se retrata de cuerpo entero con su gran corazón lleno de afecto hacia las personas: hermanas, niñas, jóvenes, bienhechores, sacerdotes, familia. Sentía un gran afecto por las hermanas de la Congregación y por la fundadora por cuya causa de beatificación trabajó con ardor.
Fue mujer de oración y virtudes heroicas, una gran apóstol de la mujer latinoamericana.
Sierva de Dios, JOSEFA, ruega por nosoros/as.
Centro de Espiritualidad
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