El Evangelio de Lucas nos muestra a una multitud que sigue a Jesús, él les habla del Reino de Dios y sana a los que tienen necesidades. La multitud permanece junto a Jesús, esta cayendo la tarde y están lejos de un pueblo; al parecer no les preocupa lo que van a comer. Sin embargo, los discípulos están inquietos y le dicen a Jesús que los despida para que busquen comida y albergue. Pero Jesús les responder con un gran imperativo: Denles ustedes de comer.
¿Qué significan esa orden?, ¿Cómo vamos a alimentar a una multitud? Solo cuentan con un poco de comida, les aseguraba que probablemente les aseguraba no ir a un pueblo cercano; era la comida para quedarse donde estaban sin preocuparse.
Cinco panes y dos pescados ¿Qué son para una multitud?, no obstante, el Maestro hace presente el Reino del que les predicaba, su palabra en ese momento se hacia gesto real y concreto porque son ¡Bienaventurados los pobres porque heredaran el Reino de los cielos, Bienaventurados los que tienen hambre, porque serán saciados!
Jesús es quien alimenta a una multitud que lo busca, sigue, escucha y tiene puesta su esperanza en él; el gesto del Maestro no termina con la bendición y la multiplicación de los panes y pescados, él los hace sentar en grupos haciendo memoria de la importancia de la comensalidad del pueblo de Israel, sentarse juntos para hacer comunión, agradecer lo que Dios hace por todos; es el momento del diálogo, cercanía y contacto con el que esta a mi lado, con quien comparto el signo de solidaridad del Reino de Dios.
El domingo de Corpus Christi no sólo somos invitados a reconocer la presencia real de Cristo en su cuerpo y sangre, es un llamado para hacernos cargo de la multitud que desea ser alimentada, que busca y no encuentra el alimento, al contrario recibe migajas y una comida insípida que no sacia ni permite sentarnos como hermanos en una misma mesa en comunión y solidaridad.
Denles ustedes de comer, es la orden que da a la Vida Religiosa el Maestro y nos puede perturbar e inquietar éste imperativo, ya que tenemos que sacar de nuestros bolsos aquello que nos permite estar seguros y cómodos, para compartirlo con quienes no tienen nada. ¿No es ese el sentido de nuestra consagración: Compartir para no ser necesitados?
La Vida Religiosa necesita abrir los oídos y los ojos para conmoverse con la multitud, ellos son nuestra responsabilidad, no basta sólo con hablar del Reino de Dios y ayudar en alguna de sus necesidades, es preciso incomodarnos, aquietarnos y buscar una forma creativa, en conjunto con otros alimentar y saciar a tantos hermanos y hermanas. Hacer de nuestra palabra un compromiso real y concreto que involucra lo que tengo para vivir.
Pidamos al Espíritu Santo que nos de el coraje y la valentía para gritar como lo hizo el profeta Isaías: los sedientos, ¡vengan por agua! Y los que no tienen dinero, ¡vengan, compren y coman sin dinero y sin pagar, vino y leche. ¿Por qué gastan el dinero en lo que no es pan y su trabajo en lo que no sacia? Oigan atentamente y coman cosa buena, y disfruten con algo sustancioso. (Is 55,1-2)
Que nuestra Vida Religiosa sea un signo y gesto sustancioso para los sedientos de justicia, dignidad, igualdad, equidad y paz.
Hna. Carolina Madariaga M.