María Dröste, religiosa del Buen Pastor, fue beatificada por Pablo VI. (1-11-1997) En religión tomó el nombre de MARÍA DEL DIVINO CORAZÓN. Consagración del género humano al sagrado corazón,11 de junio de 1899.
El P. Ricciardi en la introducción de su Biografía de María, habla de ella como “el alma del movimiento espiritual que condujo a la consagración del género humano al Sagrado Corazón, por el Papa León XIII, a fines del siglo XIX”. La expresión “movimiento espiritual” es importante para situar bien a María Dröste en la línea de los santos que han propagado la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, entre ellos: Santa Gertrudis, San Juan Eudes y Sta. Margarita María de Alacoque.
Así, el mensaje eclesial que el Señor le confió el último año de su vida, aparece como la meta de un largo desarrollo de la espiritualidad del Corazón.
A través de las sencillas palabras de su “Autobiografía“, podemos seguir el caminar de María en una creciente unión mística. Aun cuando esa autobiografía no fue nunca terminada, nos da una rápida visión acerca de la manera como Dios la formó para ser “la esposa de su Corazón“. Sobre todo las cartas escritas a Dom Ildefonse Schöber, Benedictino, y a Don Theotonio Ribeiro, su director espiritual en Oporto, Portugal, son para nosotros preciosos documentos, y en ellas leemos el emotivo testimonio de los caminos del Señor para un alma elegida.
En sus cartas a Don Theotonio, ella se refiere con frecuencia a la alegría que experimenta en esa intimidad creciente con el Sagrado Corazón. “Usted ya sabe, de qué manera yo siento con frecuencia su presencia y que, por eso, disfruto de un gozo inexplicable” y también: “Las visitas de Nuestro Señor me llenan de un gran consuelo.“
La íntima unión que experimenta en la oración la abre a todas las riquezas de la misericordia del Corazón de Jesús. En una carta del 01 de enero de 1899, ella escribe: “El año de misericordias del divino Corazón de Jesús ha comenzado. No puedo expresar lo que siento al pensar que este año ha sido elegido por Nuestro Señor para el cumplimiento de los deseos que El ha manifestado y que de entre tantos millones, se haya dignado elegirme para comunicarme los secretos de su divino Corazón y los designios de misericordia que ha formado para el mundo.
¡Qué debemos hacer, sino alabarlo y humillarnos delante de Él!
“Designios de misericordia para el mundo” La unión íntima de María con el Señor le permitió comprender la infinita “riqueza de misericordia” de aquel que le pidió escribir al Santo Padre en favor de la Consagración del género humano al Sagrado Corazón. En su segunda carta al Papa León XIII, ella explica: “Descubrí el ardiente deseo que El tiene, de ver su Corazón adorable más y más glorificado y conocido, y de extender sus dones y bendiciones en el mundo entero”.
Ochenta años más tarde, el Papa Juan Pablo II retoma el mismo tema en su encíclica Dives in Misericordia: “De este modo en Cristo y por Cristo, se hace también particularmente visible Dios en su misericordia....Cristo confiere un significado definitivo a toda la tradición véterotestamentaria de la misericordia divina. No sólo habla de ella y la explica usando semejanzas y parábolas, sino que además, y ante todo, él mismo la encarna y la personifica. El mismo es, en cierto sentido, la misericordia”. (D.M n° 2 )
Aquel que es la misericordia desea “inflamar todos los corazones de su amor y de su misericordia“, como lo escribía María al Papa. He aquí como ella explica ese “designio de misericordia” en la misma carta: “Se podría encontrar extraño que Nuestro Señor pida la consagración del mundo entero y no se contente con la consagración de la Iglesia Católica. Pero su deseo de reinar, de ser amado y glorificado y de abrazar todos los corazones de su amor y de su misericordia es tan ardiente, que él quiere que Su Santidad le ofrezca los corazones de todos los que por el santo bautismo le pertenecen para facilitarle el regreso a la verdadera Iglesia, y los corazones de todos los que aún no han recibido la vida espiritual por el santo bautismo, pero por quienes él entregó su vida y su sangre y que son igualmente llamados a ser un día hijos de la santa Iglesia, para apresurar por ese medio su nacimiento espiritual”.
El P. Ricciardi ve también otro aspecto del mensaje eclesial de la Bienaventurada María Dröste cuando dice que ese mensaje concluye el de Sta. Margarita María de Alacoque. María había escrito antes a Don Theotonio: “El me ha dicho que desea establecer el culto de su divino Corazón, y porque las apariciones a la Bienaventurada Margarita habían permitido que el culto exterior fuera introducido y propagado por todas partes, él quería (desde ahora) que se estableciese un culto interior; es decir, que las almas se acostumbren a unirse ante todo a él, ofreciéndole una morada en sus corazones...”
El “culto interior” había tomado un gran lugar en la vida de María desde su juventud, y cuando Nuestro Señor le pidió que se consagrara a su Divino Corazón, ella compuso, con mucho amor, un Acto de Consagración que recitó esa misma tarde, en la capilla, mientras que el P. Theotonio tenía un cirio encendido: era el 20 de noviembre de 1898, último día del retiro anual.
Este Acto de Consagración se transformó en preciosa herencia para la congregación del Buen Pastor; fue aprobado por León XIII que lo recomendó a la piedad de los fieles otorgando una indulgencia en 1902. Para el P. Chasle, primer biógrafo de María, este acto personal de Consagración fue, como un preludio a la Consagración del género humano que se haría a través del mundo, tres días después de la muerte de María.
Dando una mirada retrospectiva a los acontecimientos de la Iglesia del siglo 20, las comunicaciones del Sagrado Corazón a María Dröste se consideran como acercamiento directo del ecumenismo y de los decretos del Vaticano II. Esto es lo que afirma el P. Ricciardi: “La extensión de la consagración a todo el género humano fue la primicia y la lejana preparación, ciertamente inspirada y querida de Dios, en el Concilio Vaticano II, en el movimiento ecuménico que ha suscitado gracias al encuentro entre la Iglesia de Roma, no solamente con las otras Iglesias cristianas de hermanos separados, sino también con los no bautizados y los no creyentes“.
En la Encíclica Annum Sacrum que anunciaba la Consagración del género humano al Sagrado Corazón en 1899, León XIII lanzaba lo que podríamos llamar un discreto llamado al ecumenismo, cuando retomaba, en sus propios términos, los objetivos de la Consagración que le había transmitido María. Sesenta años más tarde, exactamente, en 1959, Juan XXIII anunciaba su intención de convocar un Concilio Ecuménico. Ese Papa no pudo ver la primera versión del Decreto sobre el Ecumenismo. Pero el espíritu del movimiento de apertura hacia nuestros hermanos separados estaba en marcha y, el 21 de noviembre de 1964, el Papa Pablo VI lo promulgaba como uno de los Decretos del segundo Concilio histórico del Vaticano.
Ese lento, pero siempre más amplio movimiento hacia la unidad nos recuerda como María Dröste describía su comprensión de la petición del Señor tal como ella la exponía en su carta a León XIII: “El Señor me hizo conocer que, por ese nuevo impulso que debe tomar el culto de su divino Corazón, Él hará brillar una luz nueva sobre el mundo entero, y estas palabras de la tercera misa de Navidad me penetraron el corazón: Quia hodie descendit Lux magna super terram. Me parecía ver (interiormente) esa luz, el Corazón de Jesús, ese sol adorable, que hacía descender sus rayos sobre la tierra, primero más estrechamente, después ensanchándose, y en fin iluminando el mundo entero. Y él dijo: “Los pueblos y las naciones serán iluminadas del resplandor de esta luz, y serán abrazados en su ardor”.
A través de León XIII, la Iglesia afirmó ese “nuevo desarrollo del culto al Sagrado Corazón de Jesús“, al alba del siglo XX. En medio de ese mismo siglo, Juan XXIII abría el Segundo Concilio del Vaticano que, por primera vez en la historia, dirigiría su mensaje a toda la humanidad y no solamente a los fieles de la Iglesia Católica. El tema de la luz subrayado por el Papa Juan es el tema clave de ese gran Concilio y LUMEN GENTIUM es la expresión que abre el documento más importante de ese Concilio, la Constitución Dogmática sobre la Iglesia.
Hoy día, 8 de junio celebramos el aniversario de la muerte de María y el cumplimiento del encargo que le fue confiado por el Señor. Comprendemos mejor, que ella fue una mística y que le fue dado el vivir una unión muy íntima con Dios. Sin duda, ninguno-a de nosotros será un “místico-a“ a la manera de María, pero todos estamos llamados a la contemplación en el corazón de nuestra acción apostólica. Ninguno de nosotros será tal vez, invitado a sufrir tanto como ella, pero todos podemos responder con amor, como ella lo hizo, a las dificultades y a los desafíos que encontramos en nuestra misión del Buen Pastor. Tal vez no seamos nunca llamados a transmitir a la Iglesia un mensaje particular del Sagrado Corazón, pero tendremos siempre numerosas ocasiones de trabajar para su Gloria y la salvación de las personas.
Lo esencial y el corazón del mensaje de María para nosotros hoy día es: seamos “buenos pastores“, en todas las culturas, todas las circunstancias de la vida, plenamente confiados de que encontraremos en la misericordia inagotable del Corazón de nuestro Buen Pastor, la creatividad para responder a las necesidades del tercer milenio.
Centro de Espiritualidad Provincial
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