La CONFERRE organizó entre el 27 febrero y 6 de marzo una semana misionera para llevar la buena nueva a los afectados por los incendios en la región del Maule.
“Lo importante es que gracias a Dios estamos bien”... es quizás la frase que con mayor frecuencia escuchamos durante los 7 días que tuvimos la oportunidad de compartir con las familias que perdieron todo en los incendios que azotaron el sur de nuestro país.
Las misiones de las que fuimos parte entre el 27 de febrero y el 6 de marzo, fueron sin duda una semana llena de gratitud y hermandad. En cada casa que visitamos en el sector rural de Empedrado, Santa Olga, Nirivilo y Valle de Pichamán, fuimos recibidas con los brazos abiertos y generosos, como quien recibe la visita de una esperada amiga de años; compartimos lo que los habitaba en lo más profundo del corazón, compartimos sus sueños y miedo de futuro; pero por sobre todo la esperanza de que todo se solucionará. Las imágenes que durante semanas vimos de los incendios por televisión, hoy tienen para nosotras nombres, historias, rostros concretos.
Comunidad
Durante 7 días pudimos compartir en sororidad con hermanas de otras congregaciones (Sagrados Corazones, Franciscanas Misioneras de María, Hermanas de la Caridad, Buen Pastor, Hermanas de Don Orione), desde la organización de los sectores a visitar, la oración diaria, la eucaristía, los traslados.
Desde nuestros distintos carismas teníamos un sentir común ser hermanas y compañeras entre nosotras y con las personas que fuéramos a conocer durante los días de misión.
Un pedacito de cariño
Al avanzar por el cruce de Santa Olga a Empedrado, se puede ver kilómetros de bosque quemado, a orilla de camino destacan las blancas media aguas de Techo, donde ya viven familias que comienzan a ponerse de pie, muchas de estas casitas tienen construcciones “nuevas”, donde en pequeñas habitaciones acogen a sus familiares de Santa Olga o Los Aromos que no tienen otro lugar donde vivir, mientras comienzan la reconstrucción del pueblo (puede durar más de 2 años).
Todos los muebles que tienen fueron regalados por personas generosas que fueron poco a poco ayudándoles a “armar la casa”, una silla de colegio, una mesa de terraza, etc. Una familia nos señalaba que les gustaba mucho su casa pues cada rincón, cada mueble, cada cosa que había ahí era el recuerdo de los “hermanos chilenos, un pedacito del cariño de cada uno”.
El futuro
Lo más difícil era preguntarles por el futuro, los hombres trabajan en la madera y aseguran tener trabajo por un par de años, a muy mal pago. Sus patrones, el bosque, las barracas, los camiones, su fuente laboral “se quemó”. Las mujeres por su parte se encargaban de los animales, de cosechar mora, rosa mosqueta, callampa; todo eso también “se quemó”. La gran mayoría de los hombres no tiene trabajo; las mujeres por su parte cocinan, barren un poco y se sientan a contemplar los bosques quemados; los niños ansiosos de comenzar el colegio y poder cambiar la rutina del último mes.
Al volver cada tarde y compartir lo vivido en comunidad, nos preguntábamos un poco desoladas ¿Cómo ayudarles? ¿Armemos invernaderos? ¿compremos animales? ¿apadrinemos familias?, muchas ideas surgían en esas evaluaciones diarias.
Gratitud
Lo que más recibimos de parte de las familias visitadas fue gratitud, muchas veces no creían que de tan lejos estábamos ahí sólo para visitarlos, para conversar, reír y llorar juntos. Muchas gracias, muchas gracias, muchas gracias nos repetían familias católicas, evangélicas, simplemente hermanos agradecidos de que “las monjitas” los visitaran.
¿Cómo no agradecer la disposición de permitirnos entrar en sus casas? ¿Cómo no agradecer el vaso de agua, la fruta fresca, el abrazo generoso, la oración compartida?
Al pasar los días podemos decir ¿Cómo no agradecer a nuestra comunidad que nos permitió ir? ¿Cómo no agradecer a quienes allá nos acogieron, ayudaron, estuvieron atentos a nuestras necesidades y urgencias? Finalmente ¿Cómo no agradecer a Dios siempre generoso, siempre mostrando su fidelidad en todo momento?
Alejandra González y Bernardita Ascencio