Pascua de la Madre Josefa Fernández Concha

13 de enero de 1928

 madre josefa

A continuación te invitamos a leer la biografía de una religiosa muy importante para la Congregación, la sierva de Dios Josefa Fernández Concha.

Fue una mujer apostólica, que irradió vida, dinamismo, alegría en el amor a Dios. Toda empresa era poca para el fin de sanar a mujeres, jóvenes y niñas víctimas de abuso de toda índole. El celo de Dios la consumía de tal manera, que contagiaba a su familia, amistades, autoridades civiles y eclesiásticas, obreros, jóvenes, gente sencilla... de modo que el carisma evangélico del Buen Pastor se expandía como aceite, impregnando los ambientes que ella tocaba.

¿Sacrificios, penalidades, incomprensiones? Los tuvo y múltiples, y los vivió como escuela de aprendizaje en el seguimiento de Cristo crucificado y resucitado. Fundó 35 Casas del Buen Pastor, en donde se acogía a jóvenes, adultas y mujeres detenidas. Esta misión abarcó Chile, Uruguay, Argentina, Brasil y Paraguay. Compartió personalmente, las carencias y múltiples dificultades de los principios, dejando la impronta de su iniciativa, de su seguimiento de Jesús Buen Pastor y de su infatigable búsqueda de recursos y capacidad de entrega.

El contacto con la Fundadora, Madre M. Eufrasia Pelletier, deja en ella una huella de profunda amistad y santidad, que la impulsa más adelante a trabajar por la causa de beatificación de la Fundadora.

Josefa nació en Santiago en la casona de su familia donde hoy está nuestra sede provincial, en la calle Mac Iver el 15 de marzo de 1835. Sus padres fueron Domingo Fernández Recio y Rosa de Santiago Concha y de la Cerda.

Su infancia transcurrió en medio de una numerosa familia en la que destacarían sus hermanos Domingo, Pedro y Rosario; los primeros dedicados al servicio público como senador, diputado, gobernador...y ella, ROSARIO abogó para que el Colegio que había fundado en la Casona de la Familia, “Universidad para Señoritas” fuera donada al Buen Pastor. Este colegio fue destacado por Ignacio Domeyko, por sus excelentes laboratorios de química. Allí construyó también la Iglesia con gran aporte de su hermano Pedro. Su hermano Rafael, sacerdote, brilló por su oratoria, por sus escritos de teología espiritual y mística. Rosa su hermana menor, ingresó al Buen Pastor. Su madre tuvo participación activa en la fundación y construcción de la Casa del Buen Pastor en Santiago. Su padre optó por el sacerdocio cuando quedó viudo. Todos ellos fueron grandes bienhechores del Buen Pastor junto con

En la familia, se vivía el amor a Dios y a las en un ambiente de comunión humano- espiritual. Las Fiestas Litúrgicas se celebraban con solemnidad en la Iglesia y en casa. Se leían los textos del Evangelio y a cada miembro le tocaba su turno. El rezo del Rosario era diario.

La vida de Josefa fluye en la alegría, el bullicio, la música y el compartir. Las responsabilidades no faltan, se aboca al estudio y a colaborar en múltiples quehaceres de esta gran familia, además de sus estudios de moda.

En casa se estaba al día en todos los acontecimientos de la época, nacionales e internacionales, los que se comentaban en tertulias en distintas casas y salones. Estos temas y las guerras civiles, donde seres queridos combatientes han perdido la vida, la llevan a vivir junto a los suyos momentos de gran sufrimiento, de compasión y oración.

Los adelantos de la época le van enseñando a actualizarse y la llegada de las ideas liberales desde Francia e Inglaterra, la hacen adentrarse en caminos de reformas que van forjando su carácter y su identidad.

Fue secretaria de su padre en su estudio de abogado desde los 17 años, durante diez años. Allí aprendió teneduría de libros, redacción de informes, cartas...relaciones con abogados y personas del ámbito jurídico.

Era muy lectora particularmente de obras francesas y españolas que comentaba con sus amigas. Leía a algunos padres de la Iglesia preferentemente a San Agustín. Las obras de Fray Luis de León, de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, le abrían nuevos horizontes espirituales que la invitaban a una vida de oración más profunda e íntima con Dios.

Desde pequeña, junto a su madre, hermanas y hermanos visitaban y apoyaban a familias muy pobres, especialmente mujeres que vivían en la periferia de Santiago, a la orilla norte del río Mapocho llamada la CHIMBA. Gran parte de estas mujeres y sus hijos eran migrantes del campo, ya que sus esposos habían sido reclutados, para la Revoluciones civiles, de 1829-1830, 1851 y 1859 que dejaron, entre muertos y heridos, 2.000, 4.000 y 5.000 personas. Para la época, estas cantidades impactan, ya que Chile tenía en 1835 un total de un millón 10 mil 336 habitantes, con una población rural de casi el 80%. En 1854 en Santiago, la población era de 69. 018 habitantes. 337.

Josefa sentía arder su corazón cuando veía a las personas sumidas en la tristeza, la pobreza material y espiritual y los servía con todo su amor de niña, adolescente y joven. Su marcada vocación social la conduce a colaborar en la creación del Convento del Buen Pastor en Santiago, en la calle Rivera; allí pone todo su empeño emprendedor, su fortaleza y energía.

En medio de estos trabajos, Dios la llama; Tiene 27 años, es una mujer madura, inteligente, culta, enriquecida con múltiples dones entre ellos el de organización. Se ha demorado 3 años en decidirse. Ingresa al noviciado en 1862. Cumplidos los primeros seis meses de noviciado, hace una experiencia apostólica con las jóvenes internas; las muchachas no son fáciles; Josefa las comprende porque sabe de dónde vienen, conoce sus carencias, luchas y traumas y el ambiente de violencia que les ha tocado vivir. Las trata con mucho amor, respeto y paciencia, pero sin debilidad, como lo hacía su madre y su padre con ellos y ellas, sus hijos. ¿Acaso ella no ha sido adolescente y joven? ¿No se hizo cargo ella, de sus siete primos cuando murió su querida tía Carmen? Y ¿no está en el evangelio la pedagogía de Jesús para intentar aplicarla ahora con las jóvenes y niñas? La contemplación asidua de la misericordia del Señor en la parábola del Buen Pastor será su guía.

En el gran dormitorio de piso de ladrillo una cortina blanca la separa de las niñas a modo de un pequeño dormitorio. El catre de fierro con cortinas blancas guarda su intimidad; un colchón de crin de caballo, dos frazadas, una almohada y un cobertor blanco conforman su cama. Como único mueble, un velador donde guarda su camisa de dormir, ropa interior, jabón y toalla. Para su aseo personal diario tiene un lavamanos, un jarro y un balde.

En 1863 pronuncia sus Votos perpetuos, donde recibe el nombre de María de San Agustín. Ese mismo año es nombrada superiora del convento de la calle Rivera, por el obispo Valdivieso.

¿A qué se debió tan pronto nombramiento como superiora, con apenas un año de votos?

La hermosa joven Carmen Marín ingresó al internado del Buen Pastor de Santiago, en 1862, a los 24 años en calidad de pensionista. A Josefa, novicia aún le tocó acoger a Carmen como el Pastor a su ovejita sin sospechar lo que esta joven significaría para el Convento y para su propia vida. La joven Marín, había vivido en Valparaíso y estudiado con las monjas francesas. Cuando tenía trece años demostró los primeros síntomas de un comportamiento extraño y violento. A los 17 años fue recibida por las Hermanas de la Caridad, recluida en el Hospicio de Santiago y derivada al Hospital San Borja donde estuvo catorce meses. Allí fue estudiada, analizada, diagnosticada tratada por especialistas chilenos y foráneos. Dado su violento, raro y anormal comportamiento fue trasladada a una casa particular. Como sus ataques no podían ser dominados, se pensó asilarla en el Buen Pastor, sin informar a las hermanas sobre los síntomas que afectaban a la joven, ni de los exámenes e informes clínicos, ni del resultado negativo del exorcismo que le hizo el Pbro. José Raymundo Zisternas.

Con la llegada de la joven Marín, se fue perdiendo la paz entre las niñas y las jóvenes primero, y más tarde entre las hermanas. Empezaron a enfermarse niñas y religiosas, estallaban en llantos sin motivos, gritaban y la inquietud se apoderó de sus vidas. Se iban contagiando unas a otras en una especie de histeria colectiva.

Las conductas de Carmen Marín se expresaban en convulsiones, gritos estentóreos, fuerza física inexplicablemente invencible, largos períodos de muerte aparente, vocabulario soez, frases tanto en castellano como francés, latín y griego; inexplicable agilidad y rapidez para trepar o simplemente saltar a niveles de gran altura, como eran en esa época las vigas a la vista del cielo conventual.

Las jóvenes contagiadas por estos hechos, insultaban a las educadoras, tiraban de sus hábitos, les daban golpes y algunas veces las empujaban hasta hacerlas tropezar. Las hermanas sin alterarse, trataban de contagiarles su paz, pero la paz tardó en llegar.

Nuestra novicia aceptó y enfrentó con fe y firmeza una de las más grandes pruebas de su período de formación. Vivió este reto poco común, tratando de escudriñar las causas del mal, afanada por imitar el trato misericordioso de Jesús para con los enfermos y endemoniados.

La gente del barrio y más tarde de Santiago pedían que la autoridad eclesiástica cerrara el convento. Tan mal estaban las cosas, que algunas religiosas regresaron a sus familias y muchas novicias se retiraron. Lo que sucedía en El Buen Pastor de Santiago era el comentario obligado en las casas santiaguinas. La noticia corrió como reguero, llegó a la prensa y a la Casa Madre de la Congregación.

¿Y Josefa? El Señor la llamaba a acelerar el paso, a vuelo de pájaro: un mes de pre noviciado y sólo un año de noviciado. El dinamismo y celo de la superiora trajo un nuevo espíritu a la comunidad, y quienes la conocían pusieron su esperanza en su gobierno. De hecho siete novicias santiaguinas tomaron el Hábito imbuidas en el carisma del Pastor Bueno que va en busca de la oveja que se ha perdido entre los zarzales. Las dificultades lejos de intimidarlas, las llenan de entusiasmo. Once meses después ingresa al noviciado su hermana menor Rosa Fernández Concha.

Madre Josefa buscaba por todos los medios hacer prevalecer la paz, el clima de oración y la vida normal de las jóvenes.... Su serenidad y firmeza, junto a la compasión que sentía por las enfermas, constituía un faro en medio de la tormenta; se asesoraba con personas expertas, leía y estudiaba lo que tenía a su alcance, (por ej. los informes periódicos del presbítero Zisternas al Sr Obispo) para conocer hechos similares y la forma como se solucionaban, la gestión y administración de estos casos en ambientes laicos y religiosos, en clínicas...

Un gran acierto de la superiora había sido solicitar capellanes idóneos, quienes dieron un fuerte impulso a la conciliación y al entusiasmo en las cosas de Dios. La sanación se iba produciendo lenta pero eficazmente con las terapias de orientación personal y de la Confesión, en las que el Padre Misericordioso iba derramando la gracia de la salud en las almas atormentadas.

La sociedad santiaguina recuperó la confianza en el Buen Pastor, y es así como comenzó a responder con donaciones para ampliar el lugar de acogida para jóvenes y niñas.

Al aceptar la fundación de Santiago, el Buen Pastor en Francia aceptó abrir una sección de mujeres sordas, y con este fin envió dos religiosas con experiencia en esta misión: la Madre Letocart y una novicia. En abril de 1865 empezaba a funcionar esta obra dedicada a la mujer sumida en el silencio y el abandono por su incapacidad de levantase por sí misma. Madre Josefa acudió a la señora Dolores Errázuriz de Salas, madre de cinco hijos sordos para que enseñara en el Buen Pastor, lo que hizo durante un año, y enseñó a otras hermanas esta especialidad. En esta Escuela, niñas, jóvenes y adultas sordas aprendieron a leer, escribir y hablar; se capacitaron en labores culinarias, panadería, pastelería; lavandería, tejido y bordado.

El noviciado de Santiago recibía más y más novicias atraídas por el ambiente favorable que en torno a Madre Josefa se iba creando; el éxito de su trabajo en la reorganización de la Casa de la calle Rivera, el influjo espiritual y moral que de ella emanaba, atraía poderosamente a la gente.

Sus extraordinarias dotes de gobierno y su carisma, suscitaron recelos en quienes menos esperaba. Algunas hermanas francesas al constatar tanto éxito, supusieron que la Madre Josefa produciría la escisión en la Congregación; es muy capaz - se decían, - ella ha refundado la Casa de calle Rivera en poco tiempo, la ha levantado contra toda esperanza.., y escribían a la Casa Madre advirtiendo a la Superiora General y su Consejo sobre este peligro inminente. Se la tildaba de orgullosa, independiente, ambiciosa. A estas cartas se sumaba una carta que el Cardenal Protector de la Congregación remitía desde Roma a la Superiora General, del presbítero Ruiz Tagle que pedía al Papa autorización para reformar el Buen Pastor de Santiago. Por otra parte la Madre Teresa Letocart quien era su asistente, escribía a Madre Eufrasia desmintiendo los falsos rumores y afirmando la gran fidelidad de Madre Josefa a la Congregación.

Madre Josefa, conocedora de lo que se fraguaba en su contra, jamás se dio por aludida, ni una palabra de queja. Las críticas no la hicieron retroceder ni un ápice en el celo por la misión; seguía en paz trabajando por las personas confiadas a la ternura del Buen Pastor.

El 14 de marzo de 1867 Madre Eufrasia le escribe que “deseaba conocerlas, - a ella y su hermana novicia - que sentía su alma fuertemente unida a la de ella y que además de ser su Madre, deseaba ser su amiga íntima”.

Las dos hermanas se embarcan, y el martes 18 de junio de 1867, a las 21 horas llegan a la Casa Madre. Las hermanas consejeras quienes las recibieron, las condujeron al dormitorio de la Madre Fundadora”. Intercambiadas miradas y abrazos María Eufrasia exclama: “son tales cuales Dios me las ha hecho ver en la oración”. Su gozo era indecible, “mi corazón ya no puede contener los sentimientos que lo animan”. (Anales del Buen Pastor)

Madre Josefa nos relata: “Nuestra venerada Madre nos esperaba, nos llamaba: “Vengan mis queridas hijas para que yo las estreche entre mis brazos”. ¡Cómo expresar lo que experimentamos entonces!...ella nos contaba sus deseos de vernos con tan tierno afecto que se hubiera dado la vuelta al mundo para escucharla”.27 La Fundadora les confesó: “yo debiera haber muerto en el mes de mayo, el mes de María, pero la santísima Virgen me ha conservado la vida para que las vea. ¡Ah, sí! Ud. es en verdad la Hija de mi alma”, y “me siento tan consolada al confiarle mis penas como si hablara a una de mis antiguas hijas”.

Josefa relata su experiencia: “Todos los días, como sabéis, yo tenía la felicidad de pasar con ella, en su cuarto, una hora en la tarde; allí ella me contaba ya su entrada en religión, ya los comienzos del Instituto, la fundación de este querido Generalato, las cruces y las penas de su vida, con tal confianza ... ´Vos sois la Hija de mi Alma, yo me siento tan consolada al confiaros mis penas´, me decía.

Madre Josefa entregó a Madre María Eufrasia Pelletier la traducción al castellano, realizada por ella misma, de la regla de las Hermanas Magdalenas. Madre Eufrasia a su vez le regaló las Cartas del Conde de Neuville, fundador de la Casa madre y un Crucifijo que depositó en sus manos. Perteneció a la Madre Chantal de la Roche y nunca se había desprendido de él. María Eufrasia hubiese querido conservar en Angers hasta su último suspiro a su hija del alma, y la hija hubiese querido quedarse allí. Ambas se conocieron a fondo y bien sabía la Fundadora lo difícil que sería esta separación que le desgarraba el corazón, por lo que decidió hacer a Dios una promesa para no prolongar más la estadía de las chilenas. Así fue como prontamente preparó la partida de su Cordero y de su Paloma, como las llamaba.

La Fundadora había reconocido en Madre Josefa grandes cualidades humano-espirituales, su don organizativo, su capacidad de motivar y de amar, su entrega total a Jesucristo, su celo apostólico, su lealtad y sentido de pertenencia a la Congregación; supo vislumbrar que Dios llamaba a esta hija para ofrecer a las tierras de América del Sur su liderazgo comunitario y su gran impulso evangelizador.

El 24 de abril de 1868 muere Madre María Eufrasia Pelletier, dejando viva su gigantesca figura y su obra apostólica en defensa de la mujer abatida y discriminada por estigmas sociales, laborales, religiosos, morales...

La noticia de la muerte de la Venerada Madre no fue sorpresiva, ya que estaba muy enferma. En estos instantes Josefa la siente cerca, reanimándola a continuar la obra, y a aceptar los inmensos desafíos que tiene por delante. La experiencia compartida con ella, reforzó no sólo el cariño que le tenía, sino el convencimiento de que la Fundadora era una gran amiga de Dios, una santa. De ahora en adelante, se convertiría en la vocera de su causa de santidad.

En 1874, Madre Josefa es elegida Superiora Provincial de Chile. Su misión Provincial significó que el Buen Pastor se expandiera en países de América del Sur; en total, treinta y cinco comunidades apostólicas se gestaron bajo su mandato, para acoger niñas, adolescentes, y jóvenes en situaciones de vulnerabilidad, también mujeres privadas de libertad.
Realmente su actividad apostólica fue asombrosa: tan pronto estaba en Chile como en Uruguay, en Argentina, Brasil, Europa,...de una fundación a otra, a la par de su rica vida espiritual, vida de oración y contemplación de los misterios de Dios.
En aquellas visitas, como Provincial y después como Visitadora, su entusiasmo y fervor animaba a las religiosas para continuar su misión con misericordia y audacia renovadora y a las jóvenes por su atención y preocupación por ellas, alentándolas a seguir sus estudios y capacitaciones como hijas de Dios.

Madre Josefa funda las Hnas Magdalenas en Santiago el 13 de marzo de 1875 en el convento de Rivera, donde ingresan doce postulantes. Madre Eufrasia dijo de ellas: “las más amadas de mis amadas”. Hoy día ellas son Hnas Contemplativas de Buen Pastor, que con su oración y trabajo apoyan la misión apostólica de la Congregación.

Madre Josefa estaba atenta al acontecer mundial: durante la Guerra Franco Prusiana -1870-1871- cuando las hermanas alemanas del Buen Pastor tuvieron que salir de Francia, les abre las puertas del corazón y de la misión en el Buen Pastor de Chile, donde ellas se adaptan e integran a la misión. Con ocasión de la guerra civil ecuatoriana de 1876 su celo apostólico la lleva a preocuparse por las hermanas ecuatorianas. Y escribe a la superiora de Ecuador que pueden venir a Chile e integrarse a las comunidades, y también les ofrece una fundación en el puerto de Lebu, con casa y dinero, todo asegurado por el Obispo de Concepción y bienhechores.. Las hermanas ecuatorianas agradecieron esta oferta y finalmente no viajaron a Chile. Durante la guerra entre Chile y la Confederación Perú Boliviana entre los años 1879-1883, madre Josefa se preocupa de las hermanas del Buen Pastor de Perú, y les envía a Lima dinero, géneros para hábitos y velos, comestibles...en reiteradas ocasiones. Las recomienda a los generales del ejército chileno, quienes les ponen custodia especial. Sufre inmensamente con esta guerra fratricida.

En medio de tantas cometidos se da tiempo para asumir como provincia de Chile, todos los gastos de la primera impresión de las Conferencias en francés de Sta. M. Eufrasia y de escribir junto con la Madre Letocart, “El espíritu de la Venerable Madre María de Santa Eufrasia Pelletier”, el que fue traducido al francés e inglés.
Recordamos a Madre Josefa en 1898 en Lourdes, donde colabora en la erección de la Casa del Buen Pastor, y en la recuperación de la casa donde nació Rosa Virginia Pelletier en Noirmoutier, gracias al aporte de la familia Fernández Concha.

El día 29 de octubre de 1876 se colocaba la primera piedra de la hermosa iglesia del Buen Pastor en San Felipe. Josefa partió en tren desde Santiago, acompañada de su hermano Domingo, su esposa Amelia Bascuñán, (quienes serían los padrinos) y con sus dos hijas pequeñas. En el Convento, los esperaban con una rica merienda y dulces especiales hechos con mano de monja. Después de un rato las niñas se sentían en corral ajeno. ¿Cómo entretenerlas? Una de las religiosas encontró la imagen de un pequeño Niño Dios de madera policromada que llevó a las niñitas; éstas se entusiasmaron poco con este pequeño Niño que les pareció demasiado tieso. Aun así se lo llevaron a Santiago y quedó sobre una mesa del salón de la familia, hasta que... un día la tía Pepita se enfermó y las niñitas decidieron enviarle el Niñito al Convento para que se entretuviera y mejorara.

Dios nos sorprende con sus gracias sobrenaturales.... Y sucedió un año después, a comienzos de 1877. Un domingo, en una procesión por los claustros del convento de calle Rivera después de vísperas, ella llevaba al Niñito en sus manos con gran fervor... de pronto se le abrasó el alma en una efusiva alianza de amor con Dios, en una experiencia única de abrazo divino en la pequeña imagen.

Sabemos que ambos eran inseparables, viajaban juntos, el Niño en un pequeño maletín iba adónde ella lo llevaba. Recorrió Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Paraguay en tren, en coches con caballos, en barco; navegó por el Atlántico hacia Europa acompañando a su querida Josefa...Estuvo en la Casa Madre en Angers, en Roma, en Madrid, Londres, Liverpool, Roma... una sola vez, Josefa lo prestó al matrimonio Buxoreo cuando fueron a Lourdes. “En todo estaba el Niño Dios, participando, orientando, conduciendo; opinando... sobre el lugar de las fundaciones. ¨Este es el lugar de mi descanso, porque yo lo elegí” dijo en Concepción, en Chile. En Argentina, dijo: “Quiero nacer pobre y humilde en Córdova”... lo mismo sucedió en Jujuy.

Sabemos por tratados sobre mística, que Dios se ha manifestado de manera única a algunas a personas, por medio de visiones y locuciones, en sueños o estados de vigilia. En el caso de Madre Josefa, naturalmente no es la imagen la que le habla sino Dios quien a través de un trato íntimo llega a su sentido de la audición a través del Niñito. Se conocen varias alocuciones muy familiares: “el Niño me dijo esto...” pero ¡cuántos intercambios divino-humanos habrán quedado guardados en su propia intimidad, o en la confidencialidad de algunas de sus amistades, en la dirección espiritual o en la confesión!

En la lápida de la tumba de Madre Josefa, en la Iglesia de la Primera Casa del Buen Pastor en Buenos Aires, se lee en parte del texto: “Fue favorecida con el trato familiar del Niño Divino”. La frase la escribió el jesuita Juan Ysern quien tanto supo de Madre Josefa como amigo, confesor y director espiritual. El rescata este aspecto tan íntimo, velado a la vista de muchos: “el trato familiar con Dios a través de esta diminuta imagen”. Muchas facetas laudables y visibles tuvo Josefa en su seguimiento de Jesús: misionera audaz, líder espiritual de gran arrastre, fundadora incansable, desprendimiento en pobreza y humildad, magnánima y misericorde, e íntima del Niño Jesús.

En 1886 asiste al Capítulo Congregacional en la Casa Madre en Angers, junto con la madre Letocart; allí las detuvo por dos años, el cólera que hacía estragos en Chile y Argentina. La superiora Congregacional les encargó a las dos hacer las diligencias en Roma, en pro de la Causa. Esta permanencia en Angers, fue providencial para ocuparse en trabajos del Proceso de beatificación de la fundadora, declaraciones, y copias de documentos. Se dedica también a ordenar las cartas de la fundadora y buscar material para la biografía que encargó al sacerdote Pasquier. Durante este tiempo tuvo el sufrimiento de la incomprensión de la superiora general y de las hermanas de Angers. Los encargados de la Causa, sólo se querían entender con Madre Josefa y así se lo hacían saber en sus cartas que siempre iban dirigidas a ella y no a la superiora general. Y cuando se las requería en el Vaticano, ellos sólo se dirigían a ella aún en presencia de las demás. Esto molestó mucho a las hermanas de Angers. ¿Y qué podía hacer ella sino guardar silencio y sufrir? También los accesos a los archivos le fueron esquivos y tenía que trabajar a media luz. Al final todo se aclaró y la Madre Marina Verger le pidió perdón.

Conocemos a Madre Josefa como mujer muy ejecutiva y en este caso era urgente dar a conocer la vida de María Eufrasia Pelletier al cardenal protector, a los encargados de la Causa, al postulador...a las hermanas, a los laicos... es por eso que conversó con su superiora para encargar al sacerdote Pasquier escribiese la Vida de la Fundadora. Gracias a los datos que Josefa le enviaba, la biografía avanzaba rápido. Entonces la Casa Madre reaccionó y solicitó al presbítero Portais escribiera también la vida de la Fundadora. Esta biografía iba avanzando muy lento, de modo que estas biografías paralelas también ocasionaron desconfianza hacia la religiosa chilena. El sufrimiento no amilanaba a Madre Josefa; se sabía siguiendo a Cristo hasta el final por el camino de la cruz.

Podemos destacar que ella era una gran comunicadora, escribió más de mil quinientas cartas. Cuando viajaba, llevaba siempre en su tradicional bolso, papel, tinta y pluma y al Niñito Jesús dentro de un pequeño cofre. Y cuando estaba muy enferma y al final de su vida, dictaba mensajes, cartas para las fundaciones, hermanas, laicos, bienhechores.
Lúcida hasta el fin de sus días, murió el 13 de Enero de 1928 a los 93 años en la Casa Provincial de Argentina, en Buenos Aires, donde está sepultada. Se despidió con una sola palabra: “perdón”, incoando su vida nueva con un acto de trascendente reconciliación.

Los que la conocieron percibían estar ante una mujer de Dios, orante y al servicio de las personas. Su sabiduría atraía a mucha gente, entre ellos bienhechores, sacerdotes, trabajadores, colaboradores... tanto gente sencilla como de la aristocracia.
Sus funerales según los Anales de la Casa, y los periódicos, parecían manifestaciones de triunfo y reconocimiento agradecido por las virtudes heroicas de la Madre. ¡Es una santa! Repetían todos.

A los 25 años de su muerte se introduce la causa de la Heroicidad de sus virtudes. Es declarada Sierva de Dios.

Centro de Espiritualidad
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