Hay que aferrarse en el señor
La hermana LUZ ALBA LAGOS, oriunda de El Carmen al interior de Chillán, se sintió atraída por la vida consagrada gracias al ejemplo de sus tías y al profundo ritual católico que se vivía en el pueblo, El Carmen fue semillero de muchas vocaciones para la vida consagrada.
Mi vocación de ser religiosa
Mi vocación despertó porque vengo de una familia diría, especial, somos muchas religiosas en mi familia pero de distintas congregaciones; de la Congregación del Buen Pastor somos seis. Dos tías, hermanas de papá, empezaron a hablarnos de Dios, nosotros somos del campo pero mi papá nunca quiso darnos permiso para ingresar a la vida religiosa. Yo era menor de edad, así que necesitaba de su autorización; luego medio permiso y entré junto con mi hermana Sagrado Corazón (nombre de religiosa)
Llegue a la Congregación del Buen Pastor por la influencia de mis tías; ellas eran monjitas del Buen Pastor y cuando nosotras entramos a la Congregación ya había fallecido una de ellas, mi tía Estalinao y quedó mi tía San Felipe. Mi tía San Felipe estaba en Linares y en una ocasión la madre provincial salió de visita a las casas y me dijo que la acompañe, entonces ella me dijo: "pasemos por Linares para que conozca a su tía" y así conocí a mi tía, ya estaba ancianita y al poco tiempo falleció.
La hermana Luz se acuerda de la reacción de su madre, totalmente opuesta a su progenitor: "Mi mamá siempre estuvo de acuerdo, no me puso ningún impedimento y, en ese tiempo, teníamos que llevarnos todas nuestras cosas: ropa, ropa de cama y mi mamá se ocupo de todo ello; tengo primas hermanas, de primer y segundo grado, que son religiosas de otras congregaciones, así que provengo de una familia muy religiosa y devota".
Trayectoria en el Buen Pastor
"Antes eran 6 meses de postulantado, lo hice en Concepción, pasado los 6 meses ingresé al noviciado y tomé el santo hábito, esta etapa de formación dura dos años y al año, estando de novicia, me mandaron a hacer una práctica a los hogares. Después fui a trabajar a la cárcel porque había correccional y Casa Grande en Concepción, cuando uno estaba de novicia, había una madre profesa que supervisaba nuestro apostolado.
Para el terremoto del 70 trajeron el noviciado a Santiago yo ya era profesa, había cumplido mis dos años de noviciado, profesé y me mandaron a Constitución, ahí estuve 4 años trabajando con las niñas, de ahí me mandaron a Los Ángeles, ahí estuve poco tiempo también en el apostolado con las niñas. Luego, me cambiaron a Talca a trabajar con las niñas, estuve muy poco tiempo y me devolvieron a los Ángeles, ahí me enfermé del pulmón y me llevaron a Concepción donde estuve en tratamiento, me quedé en Concepción durante 33 años y ahí trasladaron también a mi hermana, que nunca antes nos habían juntado. Me acuerdo del acompañamiento que tuve de una hermana muy linda, muy cálida que siempre me decía: 'hay que aferrarse en el Señor', me daba muchos ánimos y yo la consideraba una hermana.
Después de Concepción me mandaron a Curicó, ahí estuve 4 años trabajando con las niñas, gente muy cariñosa y logramos trabajar bastante ahí con el equipo profesional y al cumplir los cuatro años me mandaron a Temuco, donde estuve 6 meses.
Antes, nuestra Congregación en Chile estaba formada por tres provincias: La Serena, Centro y Concepción, yo era de Concepción así que todo lo hice en relación a esta provincia. La hermana provincial me dijo que mi próximo destino sería Santiago, yo no conocía la capital y le pregunté: hermana, ¿qué voy a hacer en Santiago sino conozco? Va a hacer lo que se necesite, me dijo. Llegué a Santiago, a la Casa de la calle Rivera (antigua Sede Provincial), yo tengo una cualidad que me adapto a la gente y al medio muy rápidamente. Posteriormente, las tres provincias nos unimos entonces ahí aproveché, estando en la Sede Provincial, de conocer a todas las hermanas, llegue en el año 1986 a Santiago y desde ese año que estoy acá. Aquí el Señor me tiene y lo hago con gusto".
Deseo grande de consagrarse a Dios
Mi vida religiosa ha tenido altos y bajos pero yo diría más altos, cuando una se entrega totalmente a Dios tiene que hacer todo por Él y creo que las cosas las hago bien, trato de acoger al otro sin rencor y con todo el amor posible.
Todo mi trabajo, con las niñas o desarrollando otro tipo de actividades, lo hice siempre entregando mi compromiso, una está de paso en este lugar y hay que tratar de hacer las cosas de la mejor manera posible y adaptarse a las circunstancias. Estoy muy feliz porque he servido a mi prójimo en lo que he podido.
Lo importante para asumir esta vida es tener un deseo grande de consagrarse a Dios, ser muy amante de la historia, de nuestros fundadores, San Juan Eudes y Santa María Eufrasia, y amar mucho a la Congregación.
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