El Señor me ayuda en todo
Consuelo Mucientes Céspedes, hermana apostólica de la Congregación del Buen Pastor, ha trabajado incansablemente en la misión de acoger a las niñas y mujeres de la cárcel. Como buena discípula del Buen Pastor no sólo buscó la oveja perdida sino que también la cargó en sus hombros y les prodigó ternura.
¿Cómo surge su vocación para ser religiosa?
Mi vocación despertó gracias, primero, al ejemplo que me dio una de mis tías quien era religiosa Clarisa. Mi familia es de Cochabamba y por azares de la vida nos fuimos a vivir a Oruro, ahí mi hermana y yo empezamos a estudiar en el colegio Santa Ana; yo no hacía nada de travesuras pero mi profesora era una religiosa muy viejita, me castigaba constantemente, yo no quería saber nada de monjas. Pero cuando nos fuimos a La Paz una ahijada de mi mamá estudiaba en el Inglés Católico y mi mamá nos inscribió en el colegio, fue completamente diferente. Hice mi Primera Comunión con una de las hermanas más santas, la hermana Glae, canadiense, una extraordinaria misionera y así nació mi vocación de ser religiosa.
A lo largo de los años que pasé estudiando en el Inglés Católico fui conociendo la obra del Buen Pastor; el colegio era inmenso, habían varias obras: colegio, internado del colegio, las chicas del hogar que vivían ahí, las hermanas contemplativas y las internas que querían ser religiosas nuestras. Tuvimos otro hermana, también muy santa, Elena Davis, quien era mi profesora. Ella me dio a leer la Casa del Buen Pastor, recién conocí la obra, me encanto y a través de esta lectura es que decidí entrar a la Congregación
¿Cuál fue el camino que recorrió dentro de la Congregación?
Cuando sentí la vocación para la Congregación éramos una sola provincia con Perú y en ese país me he formado, estuve 13 años muy agradecida a las hermanas peruanas y a la Provincial, una verdadera dama, Corazón María Ugarteche. En Lima trabajé en el colegio y en el hogar de las niñas, llegué a ser la directora del hogar y fui profesora de música en Tacna. Cuando ya nos separamos de la Provincia la hermana Domitila Lasconde, una hermana muy joven y querida por las alumnas del colegio, condecorada en la ciudad de La Paz, remplazó a la hermana Ugarteche y como nos separábamos de la Provincia, me devolvió a Bolivia.
Cuando llegué a Bolivia estuve un año trabajando en la cárcel de mujeres; de ahí me enviaron al Colegio Inglés Católico, así que como somos hijas de obediencia fui a trabajar como asistente de la madre Aldaer. Ella también fue mi maestra de piano en el Conservatorio y en la hora del recreo ella y yo tocábamos el piano. La madre Aldaer nunca quiso perder su corona de misionera y se le ocurrió pedir a la General de la Congregación un viaje al Canadá con la intención de traer postulantes. La General aceptó con la sugerencia de que no viaje sola así que me escogió a mí; retornamos con una hermana profesa para novicia. A nuestro regreso pasamos por Lima donde la Superiora, la hermana Domitila, me ofreció ir a los Estados Unidos, estuve dos años en la ciudad de Chicago.
¿Qué aspecto le llamó más la atención de la Congregación del Buen Pastor?
Nuestro cuarto voto: la salvación de la gente, de las muchachas; me identifique con esa búsqueda de ayudar al más necesitado, yo entré por eso. En mi adolescencia, siempre he tenido una preocupación y una sed insaciable de ayudar a los niños de la calle. El Señor me regaló esa sensibilidad para el más necesitado y más para los niños abandonados y cuando sentí el deseo de hacerme religiosa busqué trabajar con ellos, con las chicas del hogar. Todo esto es camino del Señor, y yo lo he recorrido con todo cariño, gusto y generosidad. Con la misericordia de Dios, quien me ha guiado siempre, continúo este sendero y, ahora en esta mi etapa de adultez, siento, con mayor razón, la presencia del Señor quien me ayuda en todo.
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