hna veronica

La hermana Verónica Villegas Salinas ha cumplido más de 50 años de vida religiosa, reside actualmente en la Comunidad de Sucre, Bolivia, y nos cuenta cómo fueron estos años dedicados al servicio del Señor.

¿Cómo despertó su vocación para ser religiosa?

El Señor me llamó a mí desde pequeña. Mi primer encuentro fue cuando yo estaba en mi pueblo Uncía, que pertenece al departamento de Potosí, cerca a las minas de Catavi. Vi que llegaron unas monjitas de la congregación Cruzadas de la Iglesia y me sentí muy feliz. Otro acontecimiento fue vivir momentos de cercanía con Dios con mi abuela que nos hacia rezar el rosario y también tenía una amiga, Lucha García, quien vivía al frente de mi casa y ella siempre me llevaba a la Iglesia y a mí me gustaba rezar. En Uncía fui donde conocí a las hermanas y me enamoré de su trabajo y su labor. Durante mi infancia y adolescencia estuve rodeada de acontecimientos que alimentaban mi espíritu: a los 10 años le dije a mi padre que quería hacer la Primera Comunión entonces mis papás me dejaron ir a Copacabana con mi madrina e hice mi Primera Comunión con mucho fervor. Así pasaron los años y yo iba pensando más en la idea de ser religiosa.

Durante mi adolescencia y juventud viví momentos de recogimiento y de mucha oración, cuando estuve en Sucre estudiando en la Normal Superior para ser maestra seguía con una inquietud de vida cristiana, me gustaba mucho la piedad, asistía cada día a las misas, incluso íbamos a los rosarios con una compañera de cuarto. Pero también nosotras llevábamos una vida como cualquier joven, íbamos a las fiestas, teníamos amigos pero yo seguía con ese deseo de cumplir con ese sueño que había tenido de niña. Sin embargo, en ese lapso conocí a un muchacho y empecé a enamorar con él, mis padres lo llegaron a querer y llegamos al cambio de aros. Entonces mis padres decidieron cambiarse a Cochabamba por asuntos familiares y mi novio también se fue a estudiar a esa ciudad. Él era ingeniero y tenía que hacer un año de práctica en provincia y tuvo que irse, pero poco a poco se fue enfriando la relación. Creo que siempre, en el fondo de mi corazón, había una tendencia hacia la consagración, hacia una entrega total al Señor a través de la vida consagrada porque yo creo que hubiera seguido con mis inquietudes si me llegaba a casar pero el Señor me quería para otra vida.

¿Cómo conoció a las hermanas del Buen Pastor?

Siempre tuve la tendencia de ayudar a las jóvenes, ayudé a una joven quien fue ultrajada y violada por varios hombres, la llevamos a una Casa del Buen Pastor en el kilometro 7 en Santa Rosa Cochabamba, salió la hermana Filomena y nos recibió con mucho cariño y acogió a Felipa. Como yo vivía en Colcapirua, por mi año de provincia como maestra, no podía llevarle las cosas que me habían solicitado entonces fue mi madre. Cuando mi madre llegó a la Casa del Buen Pastor hablaron con las hermanas de varios temas y entre ellos el de mi interés por ser religiosa, mi madre estaba muy de acuerdo en que yo tome este camino, de esa manera conocí al Buen Pastor.

El noviciado tenía que hacerlo en Lima porque antes éramos una sola Provincia con Perú, partí para allá en noviembre cuando había terminado con mis compromisos con la escuela donde estaba enseñando y con el grupo de niños de quinto que estaba preparando para la Primera Comunión. He vencido todo obstáculo porque mi convicción era ser religiosa.

Un recorrido de misión con el Buen Pastor

Cuando llegue a Lima bese el suelo de la capilla como una forma de agradecer al Señor, tenía 24 años, hice un noviciado bastante fuerte, muy estricto. Han pasado los años y toda mi vida ha estado dedicada al trabajo. Desde que he salido del noviciado, a finales del año 61, he trabajado con un grupo de niñas y con ellas empecé a explicarles el verdadero significado de la oración. Durante 10 años consecutivos he tenido la oportunidad de trabajar en la cárcel de mujeres en La Paz. La Superiora de ese entonces era una mujer muy dinámica, teníamos en esa casa dos obras una que era de las presas de la cárcel de mujeres y la del internado de niñas enviada por los tribunales. Luego me pidieron que me haga cargo de la dirección del colegio en la tarde con 500 alumnas. En el año 73 he ido a la Casa de Cochabamba donde he sido directora con 150 niñas con distinta problemática, con el tiempo tuvimos que dejar esa obra.

En año 75 me hice cargo de una nueva obra en La Paz con personas que provenían de situación conflictivas: prostitución, alcoholismo, robo, entre otros. De ahí me mandaron a Sucre; tenía cuatro cursos de catequesis. En el año 80 trabaje en el Colegio Inglés Católico como catequista y en la tarde era directora del Instituto Villa María. En el año 81 estuve de superiora en Santa Cruz y de ahí me enviaron a un curso a Roma. En el año 83 he sido superiora del Ingles Católico, después he vuelto a Sucre a cumplir labores de Secretaría y fui catequista con grupos juvenil, infantil, vocacional e íbamos a hacer caminatas los fines de semana. El año 88 volví a Santa Cruz donde estuve seis años y me toco construir la nueva comunidad en el barrio La Bélgica donde funciona actualmente el proyecto Epua Kuñatai.

Luego, estuve en la casa de Oruro, cinco años, apoyé a hermana Sandra Suarez con el proyecto de Sayariy Warmi. Apoyé con la casa de acogida, los talleres de capacitación, comedor popular y el centro de niños. Me encargué de arreglar la comunidad, hice el solárium y otras mejoras como el pintado de toda la casa, la instalación del gas domiciliario y era la encargada de hacer las cuentas de la casa de acogida, de los talleres y de la comunidad. Posteriormente, vino la Hermana María Cristina Opazo y me pregunta si yo quiero irme a Sucre y ahí me solicitan que apoye en la Casa de Acogida. Actualmente, sigo dando catequesis, imposible que lo deje, ese seguirá siendo mi trabajo hasta mi último suspiro.

¿Cómo se siente con el trabajo que ha realizado durante estos años?

Me siento muy feliz de haberme entregado al Señor, una entrega con muchos tropiezos, con muchos obstáculos, con mis salidas y mis imperfecciones pero le agradezco al Señor por esta mi vida consagrada; de que el Señor me elija y de haber hecho de que siempre vuelva a Él con mayor fervor. Rescato la oportunidad de haber trabajado en el apostolado antiguo, con los internados, como con el trabajo de ahora, de apoyar en estas nuevas misiones y yo me siento muy satisfecha con todo el trabajo realizado. Considero que el trabajo de los laicos es invalorable sobre todo por el compromiso que expresan ellos en identificarse y conocer la espiritualidad y el carisma de nuestros fundadores: Santa María Eufrasia y San Juan Eudes. Creo que el personal laico lo está haciendo con gran responsabilidad, eso es lo que yo he visto en Oruro, en Sucre y también he trabajado en El Alto donde he tenido unas experiencias muy lindas, incluso íbamos a visitar a las mujeres casa por casa. Soy muy feliz de vivir una vida consagrada, de haber desarrollado un trabajo dedicado a los demás y de ser parte de la familia del Buen Pastor.

Centro de Comunicación