Hna Francisca

Hay que arriesgarse a caminar con ÉL y dejar que ÉL nos guie y conduzca por los caminos que ÉL quiera

La hermana Francisca Ponce, con 30 años de vida religiosa, se ha dedicado a acompañar y formar a jóvenes que sienten el deseo de servir a Dios: “A las jóvenes que están con la inquietud de ser religiosas yo les diría que buscar el camino del Señor, dejarse conquistar por Él es lo más maravilloso. Cuando una siente la experiencia con el Señor y va creciendo en ella se va liberando, se va abriendo no solo al mundo religioso sino a la humanidad, a sanar sus propias heridas. Nuestra familia es universal y se va ampliado entonces una va por un mundo que es maravilloso, que no es solamente religioso sino es humano y Dios está ahí: en la familia, en las personas, en este caminar, en liberarse, en crecer como mujer, en sentirse feliz”.

“Desde que comencé mi vocación como religiosa del Buen Pastor siento que es un caminar de descubrimiento y aprendizaje donde todas las experiencias, buenas y no tan buenas, son pasos que uno va dando y en todos ellos uno va descubriendo la vida con Dios y cómo Dios me ama y por eso me libera. A través del acompañamiento que brindé a muchas jóvenes de formación, como para las personas laicas, he descubierto que cada una de ellas viene con una historia y con dolores pasados, y todo esto es un camino que a uno le enseña a abrirse y a amar a los otros, a las otras. A una le hace descubrir que se ama a Dios y se sirve de muchas maneras y que cada una es válida y es amada por Dios en ese caminar; es un camino de irse abriendo y descubrir el amor de Dios y de ir sintiendo que Dios me ama y que yo puedo amar a otros y a otras en lo que hago, en lo que entrego, ese descubrir a uno también le da seguridad y eso va haciendo que uno adquiera mucha paz y una gran plenitud de vida, vaya madurando en la fe y ese es un camino de enriquecimiento”.

“En este mi caminar por las vocaciones me he encontrado con muchas personas que quisieron ser religiosas y que no supieron, o no pudieron hacerlo, y hoy se encuentran con otras realidades. Hago una invitación, primero, a orar para pedir al Señor que nos ayude a descubrir la vocación y después, quizás, a buscarla, escuchar los llamados y a arriesgarse, a vivir, a hacer una aventura con el Señor. Él llama no solamente para la vida religiosa consagrada sino también para la vida; entonces, hay que arriesgarse a hacer la experiencia con Él, caminar con Él es maravilloso y dejar que Él nos guie y conduzca por los caminos que Él quiera y si hay realmente una vocación que la viva en total plenitud”.

En este camino de formación, la hermana Francisca comparte sus experiencias de trabajo: “muchas jóvenes han pasado y muy pocas han quedado pero el camino de liberación, de descubrir a Dios en su historia, en su vida es magnífico. Algunas de ellas ahora están casadas, otras están estudiando pero siguen en esta experiencia porque Dios las marcó. El Buen Pastor a una la marca, como dice el Evangelio, le da vida y vida en abundancia aún cuando quizás alguna de ellas descubra que ese no es su camino pero la experiencia de enriquecimiento, el servir, el unirse a otro u otra, hombres y mujeres en comunidad, para servir al Dios que nos llama, eso es maravilloso”.

ÉSTE ERA MI MUNDO

Al preguntarle ¿Cómo despertó su vocación de ser religiosa? Ella nos cuenta que su vocación despertó en el momento de la confirmación; formaba parte activa del grupo de jóvenes de su Parroquia en la ciudad de Calama: “como paralelo, también empecé a trabajar como secretaria de la asistente social del Juzgado de Menores entonces visitábamos las familias, los niños y niñas en dificultad. Fui descubriendo lo hermoso que era el Evangelio por la reflexión que hacíamos en el grupo, la oración que hacíamos en los grupos de juventud y la vida de la comunidad parroquial y por otro lado, la acción social a favor de los más necesitados. Iba sintiendo que eso era mi vocación, iba sintiendo que el Señor me llamaba para allá. Fui dando los pasos normales que se dan en la Iglesia para después llegar hasta el compromiso: los grupos juveniles, los grupos de pastoral vocacional, la acción de la Iglesia, después el contacto con una comunidad”.

Su contacto con la Congregación del Buen Pastor se dio gracias a una compañera de colegio, la hermana Guadalupe Lisambarth, quien ya había ingresado a la vida religiosa. “Las hermanas, desde Antofagasta, me fueron a visitar a mi casa, una de ellas era la hermana Luz María, que ya falleció, y la hermana María de Jesús Restrepo y así yo entré en contacto con el Buen Pastor”.

Posteriormente, la hermana Francisca viaja a Antofagasta a iniciar el proceso formal de su vocación: “pedí mi ingreso para el postulantado que era la primera etapa de iniciación en la vida religiosa. Y llegue a una comunidad de hermanas que en ese tiempo tenía la cárcel de mujeres en Santiago entonces ahí conocí el apostolado. En Antofagasta era el internado de jóvenes, de adolescentes, y ahí empecé a conocer y a sentir que lo que yo quería, lo que yo intuía, coincidía con lo que yo iba conociendo y me entusiasmaba cada vez más. Me gustaba esa vida, iba reafirmando lo que antes para mí era un deseo, ahora se iba concretando cada vez más con jornadas, con encuentros, con conocimientos de lo que hacían las hermanas y dije sí, este era mi mundo”.

MI MISIÓN DENTRO DEL BUEN PASTOR
“Cuando yo comencé, después del noviciado, me enviaron a Antofagasta. Trabajé en la parroquia con jóvenes en la Pastoral Juvenil y con las niñas de la Residencia quienes iban a la Parroquia. Teníamos una integración de actividades. Fue un año muy rico para mí en el que yo pude volcar todo ese amor y entusiasmo que tenía por servir y por amar a los demás; tengo muy lindos recuerdos. Luego, me enviaron a San Felipe y ahí estuve a cargo de una Residencia de niñas y adolescentes internas; también fue un solo año pero intenso y una experiencia distinta de conocer a las niñas, su problemática, el dolor de ellas. Después de eso, fui a la Casa de Formación, ya profesa en el segundo año, y comencé a estudiar servicio social y ahí caminé hasta los votos perpetuos aunque también hacia algunas actividades pastorales. Asimismo, estuve con las niñas de la Aldea María Reina y en la Parroquia Montserrat que estaba cerca de la casa donde vivíamos hasta que hice los votos perpetuos. Me volvieron a enviar a Antofagasta, ahí termine los estudios y ahí también me nombraron Animadora de la Comunidad y ahí si fue un trabajo muy arduo porque tenía que terminar de estudiar, ver la comunidad y ver el hogar que siempre teníamos de chicas adolescentes. Nos tocó renovar el apostolado, una experiencia también muy llena de vida, llena de Dios. A veces a Dios lo vemos en el trajín del día, teníamos solo tiempo para la eucaristía de la mañana pero luego Dios se presentaba muy activo y había que buscarlo ahí. Fue también una experiencia muy formadora que me enseño mucho de mis hermanas mayores, de las jóvenes, de las niñas. Nos tocó también un terremoto en esa época, en Antofagasta en el año 95. Yo estuve 4 años en esta experiencia de religiosa de votos perpetuos, después de eso tuvimos la visita de la Superiora General y de la Consejera que en ese tiempo era la Hermana Lilianne Tauvette, visita canónica de la Provincia, con la hermana Delia Rodríguez que era Consejera y entonces la hermana Cristina Opazo, que también era Provincial, pidieron si había personas para enviar al Centro de Espiritualidad en la Casa Madre en Angers y la hermana Cristina me había pedido que cuando yo terminara los cuatro años en Antofagasta me iba a trasladar a Santiago para que formara parte de la comunidad de Formación. La hermana Cristina, con el Consejo de esa época, decidieron enviarme primero al Centro de Espiritualidad de Angers para que yo me formara mejor en la espiritualidad de la Congregación y luego viniera a la Casa de Formación así que me enviaron esta vez a Francia. Estuve ahí casi cuatro años, formando comunidad internacional con hermanas de muchos países y formando equipo de trabajo en el Centro de Espiritualidad.

Cuando regresé de Francia participaba, junto a Teresa Restrepo y Angélica Guzmán, en el Centro de Espiritualidad. No estaba tan bien desarrollado como ahora pero participamos, sobre todo, en la organización de la celebración de los 150 años con la hermana Angélica Guzmán y con hermana Leticia Cortés quien era la Provincial y otras hermanas que integramos el equipo como Eliana Letelier.

De Angers llegue a Santiago a hacerme cargo de la Formación en una comunidad de inserción en Cerro Navia, ahí teníamos el Noviciado en esa época; siempre hubo novicias de Bolivia y Chile. Todavía no teníamos la integración de Provincia que ahora tenemos pero sí teníamos el noviciado en conjunto, esa fue otra experiencia muy desafiante, diferente a lo que había hecho antes porque se trataba de acompañar y ayudar a formar a las novicias a la vida religiosa. Fue una experiencia muy rica, que a uno le enseña mucho pero también le exige mucho. Acompañar a otra persona en su caminar no es lo mismo que caminar uno. Ver la idiosincrasia de las personas, sobre todo con las jóvenes de Bolivia que tienen otra cultura, otra mentalidad, enriqueció mucho la comunidad pero presentó otro desafío. Tienen otros características culturales que también se refleja en la fe, en mirar la fe con muchos elementos propios de la cultura boliviana, también en su carácter, son muy reservadas, no son fáciles de entablar diálogo, hay que conocerse mucho para entablar un diálogo profundo, entonces esos son desafíos; también traen las propias heridas, también las chilenas, de su familia, de la cultura donde vienen, de lo que han vivido y todo eso integrarlo en una vida de fe, de desarrollo, de vocación es todo un desafío que exige oración, que exige apertura, mucha escucha para ponerse una en el lugar de la otra y descubrir, sentir con ella lo que está viviendo y ayudarla a afianzar la vocación o descubrir que no es su vocación. Sentir también el duelo cuando se van porque se dan cuenta que no es su vocación y despedirlas siempre es un dolor, siempre es una pérdida así que todo eso lo hemos vivido a lo largo de estos años.

Después de esta experiencia, nos trasladamos a Valparaíso, siempre con la Casa del Noviciado, y además agregamos postulantado, vinieron también jóvenes de Bolivia y Argentina, ampliamos una comunidad apostólica. Otro gran desafío, integrarlas, otra cultura, otra forma de vivir, también integrarnos con una comunidad de hermanas mayores, adultas, otras jóvenes, integrar caracteres, maneras de vivir y acompañar a las jóvenes en todo su caminar, en su proceso de dar respuesta a Dios, llamando y descubriendo si por ahí va o no va su camino. También con un desafío apostólico porque había una casa de acogida para mujeres que salen de la cárcel o que sufren violencia intrafamiliar, que vienen con sus hijos pequeños, también eso enriquece porque ayuda también a las jóvenes a formarse en el apostolado, a descubrir el carisma de la Congregación, en ejercer el celo por servir y amar a esas personas pero eso también implica trabajo y coordinar personas, actividades; también hay dificultades, roces de caracteres, de trabajo. También viví una experiencia bonita de integrarme a un equipo de espiritualidad diocesano en que trabajamos en un proyecto de formar líderes para las parroquias de la diócesis, fue un trabajo muy bonito de dos años que lo realizamos con laicos y religiosos: sacerdotes, religiosas de otras congregaciones, una experiencia muy formativa, muy enriquecedora con temas de formación y acompañamiento.

Yo tuve la experiencia de acompañar a mis hermanas pero me toco también acompañar a personas laicas de parroquia, líderes espirituales esto en Valparaíso, una experiencia muy buena, que me dio mucho pero que también exige porque demanda participar en reuniones, coordinación, acompañamiento, tiempo, dedicación pero deja también mucho de Dios. Una aprende mucho de las personas a quienes acompaña, también se aprende a ejercitar la paciencia, la apertura para oír, estar ahí disponible, es una experiencia que enriquece mucho. A mí es el servicio que más me encanta, acompañar a otros, entregar espiritualidad, recibir de ellas y caminar en ese aspecto.

Luego de Valparaíso, vuelvo a Antofagasta nuevamente, ahora ya con una Provincia unida Bolivia/Chile con el Consejo Provincial se vio importante que sigamos más cerca de Bolivia porque siguen viniendo jóvenes de Bolivia en donde trabajó siempre en el área de formación y también apoyando al centro de capacitación para mujeres”. Actualmente, la hermana Francisca integra el Equipo Provincial que se encarga de conducir a la Provincia Bolivia/Chile a lo largo de estos próximos seis años.


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