-La hermana Ana María Martín Frutos, Teresa en religión, tiene más de 60 años de vida religiosa; al pedirle que hiciera una retrospectiva de su vida ¿qué aspectos mencionaría? Hermana Teresa señala:
“Yo he experimentado en mi vida religiosa mucha cercanía interior de Dios en mí…me ayudó mucho en los momentos más difíciles”. “Nací en España; como consecuencia de la guerra de civil. En 1936 mi familia tuvo que huir y fue acogida en Chile”.
-Por su propia experiencia sabe lo que significa ser refugiada y migrante.
En cuanto a su vocación religiosa, ¿qué puede decir?
“Fue un empujón que me dieron de arriba. Yo hasta el día de hoy no lo entiendo; siempre digo: para mí, Dios empezó a existir en mi vida, desde el momento en que El me llamó a ser religiosa, porque mi vida era más bien distinta. Entré a la Congregación del Buen Pastor el año 1951, y antes mi vida era de fiesta, me gustaba mucho bailar. Yo vivía sábados y domingos con mis amigas y mis amigos, bailando, y fue de repente, en un retiro del colegio donde estuve leyendo la vida de San Damián, y ahí me tocó el Señor. Me cuestioné: ¿por qué yo no podía hacer algo por los leprosos? Mi interés era irme a la Isla Juan Fernández. Lo consulté con Monseñor Munita y él me dijo que había leprosarios más importantes en la vida. “Hay muchos leprosos del alma” señaló. Él me explicó cómo, pero que no me entusiasmara, que siguiera bailando y así se fue dando el llamado. Entonces, yo empecé a percibir que iba a las fiestas, lo pasaba bien, pero cuando llegaba a la casa sentía un vacío, y empezaba a acordarme del Padre Damián y todo el trabajo que hacía: ¿por qué yo no?
El tiempo ha pasado y para mí sigue siendo un misterio mi vocación religiosa. He sido feliz, muy feliz porque he aprendido a dar la vida a otros; mi vida ya no me pertenece porque se la entregué al Señor y eso me ha mantenido gozosa y entregada a Dios y a las personas desvalidas, en la vida religiosa”.
¿Cómo fue su encuentro con el Buen Pastor?
“Parte de mi vida me eduqué en el colegio de las Hermanas del Buen Pastor, “Rosa de Santiago Concha” que estaba a dos cuadras del departamento donde vivíamos con mi familia. A mí no me gustaban las monjas; creo que era una época en que se mantenía todavía a la religiosa como un poco lejana a la alumna y a mí me gustaban las cosas más cercanas, más personales y como no lo encontraba en ellas, me cargaban. Me gustaban como profesoras pero no para el contacto personal y ahí empecé yo a terminar con la vocación religiosa. Un día estaba tan cansada de estar con las monjas, que fui sola a matricularme a un liceo y le dije a mi mamá que no quería saber más de colegio de monjas, pero ¡lo que son las cosas de Dios!: cambiaron de directora en el Rosa de Santiago Concha, ella me había conocido de antes y fue a mi casa a preguntarle a mis padres porqué yo no me había inscrito en el colegio cuando ya iban a comenzar las clases. Entonces mis padres le dijeron que yo no quería estar allí con las monjas, sobre todo por una, y ella me dijo que la iban a cambiar y les hizo prometer que yo volvería al Buen Pastor. Yo hoy día lo pienso y digo ¿qué le inspiró a ella ir a mi casa? Empecé con los retiros; iba a los retiros del colegio y me gustaba eso de interiorizar la vida, conocí mejor el contacto personal con Jesús, y eso me llevó a decidirme.
Siempre estuve guiada y acompañada por Monseñor Munita, y cuando me creyó, me empezó a dirigir más seriamente. Un día me dio un papel lleno con direcciones de religiosas apostólicas y yo alcancé a ir a dos o tres pero no me gustaban porque todas eran educacionistas y yo no quería nada con educación. Yo me había quedado con eso de trabajar con los leprosos y que había un leprosario de almas. Entonces yo quería eso: trabajar activamente con personas que necesitaran ayuda personal. Tenía claro que la vida espiritual me gustaba mucho, que la vida religiosa me llamaba, que Alguien me llamaba fuertemente y yo no podía decir no. Por eso cuando lo pienso hoy, me digo que fue un empujón, porque la vocación es muy difícil de explicar. En esos años ¿qué hice? Interiorizar la voz de Dios en mi interior y el anhelo de trabajar con las personas más necesitadas y vulnerables.
Entré a la vida religiosa y sólo regresé a mi casa, a ver a mi familia 15 años después; ellos me iban a ver a menudo. Cuando estudiaba servicio social iba a poblaciones difíciles a hacer visitas domiciliarias y cuando pasaba por mi casa, miraba pero no podía ir a la de mi familia. Estoy hablando de los años anteriores al Concilio Vaticano II. Un día la Provincial me dijo: “mira, acompáñame”, iba con una pillería. Íbamos en auto, y cuando llegamos cerca de mi casa me dijo: “bájate y anda a ver a tus padres, ahora tienes permiso para ir a tu casa”. Después, pude hacer una vida normal con la familia, una vez al mes. La vida conventual era bastante cerrada y hasta el día de hoy no comprendo cómo aguanté, yo que soy bastante abierta. El Señor me pescó de tal manera que Él era lo principal para mí. Amé mucho a las niñas, jóvenes y mujeres con las que trabajé”.
- Hermana, cuéntenos sobre su Misión.
“Mientras estudiaba Servicio Social atendí durante 5 años un Hogar de jóvenes egresadas del Buen Pastor en Avenida Matta en Santiago; en ese entonces yo tenía 20 años y algunas de ellas eran mayores que yo. También estuve en la Casa Provincial en Rivera, como cuatro años dedicada a las niñas, eran 150, a quienes mucho amaba; yo ahí supe lo que era la pobreza.; el dinero escaseaba y había que arreglárselas tanto niñas como religiosas. Nosotras vivíamos igual que las niñas con las que todo compartíamos; ¡empecé a quererlas tanto! Eran personas tan desfavorecidas de amor, de formación, de Dios y llegué a sentirlas, después de un tiempo, como hijas. Esa es la parte más bonita de mi vida religiosa, que una no forma familia de sangre pero que fuertemente va sintiendo de a poco que creó otra familia, la familia que Dios le ha dado.
Otra misión la tuve en Aldea María Reina, en Puente Alto, el año en que se fundó, 1965, donde fui una de las fundadoras. Se empezó con dos hogares con 15 niñas cada uno, con ellas ejercí mi servicio social en muy buena armonía con la jueza del Primer Juzgado de Menores de Santiago.
El año 1968 volví al Hogar de Egresadas en Avda Matta y lo dirigí cinco años. Atendía a 16 jóvenes egresadas, ellas trabajaban como auxiliares de enfermería y otros y aportaban algo al Hogar. Varias se casaron allí. Fue una experiencia muy linda y provechosa para ellas y para mí, de quienes aprendí mucho. Algunas de ellas fueron más tarde exitosas profesionales.
Más tarde, volví 2 veces a María Reina como Animadora de la Comunidad y Directora de los Hogares. También integré el Consejo de la Provincia con dos provinciales, hermana Ana María Quiroz y hermana Berenice Torrico; viví con ellas cerca de seis años en la Sede Provincial, donde también fui Ecónoma Provincial. En ese tiempo misioné con los enfermos de Sida, en el Hogar fundado por el Padre Santi, en Irarrázaval, Santiago. Fue una experiencia preciosa porque yo descubrí otra vez la fuerza del Señor en el ser humano. Cuando les preguntaba a ellos ¿qué querían?, ¿qué esperaban de mí?, ellos me decían que yo les entregara a Dios y que les hablara de Él, que les llevara una Biblia. Me dije: ¡cómo al ser humano, por desgraciado y vulnerable que haya sido, le llega un momento en que Dios se despoja para que esa persona se encuentre con Él. Puedo decir que los que estuvieron conmigo recibieron la gracia de la conversión, de modo que partieron de este mundo con los Sacramentos.
Estuvo usted viviendo en Bolivia. ¿Cuál fue su experiencia en esta tierra?
Fui Animadora Provincial en Bolivia donde estuve seis años. Me aclimaté rápidamente porque el boliviano es muy acogedor. Me sentí muy aceptada, muy acompañada por las hermanas, muy comprendida; entonces no se me hizo dura la separación de país, de la familia; además que como Provincial tenía mucho que hacer, entonces el tiempo pasaba demasiado rápido. Había estructuras que cambiar y se fueron dando fácilmente, incluso me sentía ayudada económicamente también por la Casa General de la Congregación y por organismos extranjeros por ej. la Embajada de Japón. Así pudimos crear una obra apostólica en la casa de Sucre, donde se rescataron las Escrituras y se hizo la subdivisión del terreno con el obispado. Encontramos un espacio para edificar el Centro de Atención para la Mujer Golpeada, maltratada, cuya puesta en marcha se haría en colaboración con salud, carabineras, y UNICEF, los que pondrían todo el personal profesional y una hermana haría de directora.
Con gozo pudimos responder a la petición del Obispo, para fundar en El Alto, La Paz, una comunidad y una Obra apostólica para la mujer maltratada.
Me tocó cumplir el mandato de la Superiora general y su Consejo, de cerrar la Casa de Cochabamba. Hice reuniones con las hermanas y el Consejo de la Provincia para reflexionar sobre la situación de esta Casa, de modo que ellas mismas vieron la necesidad de cerrarla y venderla, lo que acordaron mayoritariamente. Se cerró y se vendió.
Las hermanas y el Consejo querían establecer una Casa en Oruro. Fui a hablar con el Obispo, quien acogió entusiasmado la propuesta. Nos cedió una Casa próxima a una cité de prostíbulos para allí ejercer nuestra misión. Una hermana iba a dar charlas una vez a la semana a una de las casas. En la parroquia fue importante establecer el Comedor infantil, que opera diariamente y el Taller de costura para las mamás, personas muy vulnerables que necesitaban ayuda.
Antes de finalizar mi período de Animación en Bolivia consideramos, como provincia y como Consejo, que era importante hacer toda una renovación y preparar un camino para el futuro. Con este fin hicimos un Proyecto Provincial a corto y largo plazo, con el acompañamiento de un sacerdote chileno experto en Planificación, Padre Brito sr. La siguiente Animadora, Yolanda Aramayo, pudo poner en práctica este Proyecto. En una visita que hice a la comunidad de Santa Cruz, las hermanas plantearon la necesidad de vender la casa de la comunidad que era muy inhóspita, y con ese dinero construir una casa en la población; lo que aprobamos con el Consejo. La nueva construcción se hizo como las hermanas la pidieron, de dos pisos, y con una gran sala para talleres femeninos de formación integral.
La gran ventaja de Bolivia fue que se accedía muy fácilmente a los ministerios, y se contaba con la cooperación internacional. Esto me pareció estupendo en Bolivia. Como Provincial tenía muy poco tiempo, pero como la Sede Provincial limitaba con la cárcel de mujeres, cuando tenía un tiempo, un momento libre, iba a visitar a las internas y a hacerle los favores familiares que me pedían; para mí era un descanso ir a la cárcel, conversaba mucho con cada una, escuchaba su problemas y hacía también algunos servicios, pero lo más importante era el camino de conversión que ellas hacían.
Al volver a Chile misioné en poblaciones: - Santa Ana (Recoleta) en Santiago, con drogadictos de las calles. Era una población muy contaminada con el alcohol y la droga, y las hermanas los escuchábamos, atendíamos sus necesidades básicas, hacíamos de enfermeras, consejeras y con ellos/as preparábamos celebraciones e íbamos a sus casas. Logramos formar grupos de reflexión. -En Cerro Navia, Santiago, me tocó escoger el terreno y supervisar la construcción de una Casita para el Noviciado. Viví allí dos años con las novicias a quienes acompañé y mi misión de servicio social fue con las mujeres de la población. - En Tierras Blancas, La Serena, trabajé mucho el aspecto social con las mujeres de la población. – En Copiapó, estuve seis años como Animadora; llegué 10 días antes del terremoto de Copiapó en el año 2007 que fue grande. La casa tenía 95 años de existencia, y quedó en muy malas condiciones, igual que la capilla que era famosa y muy querida, ya que mucha gente se había bautizado y había hecho la primera comunión allí; la gruta de la Inmaculada a un costado de la Capilla era muy visitada.
La iglesia se hizo de nuevo con el nombre de Capilla del Buen Pastor, a sabiendas de que dejaríamos la obra apostólica en esa ciudad. La construcción la hicimos con la ayuda mayoritaria de La Fundación Alemana para el Desarrollo, con la cooperación de la propia Congregación y de la gente de Copiapó. Me tocó cerrar la Comunidad y los Hogares que teníamos en esa ciudad, y pudimos entregarle al obispado, la Capilla terminada que mantendría un grupo de fervorosos fieles.
- Hoy día, ¿qué nos puede decir?
“Ahora a la 82 años, estoy en la Comunidad de Nazareth, Puente Alto, junto a otras hermanas enfermas y ancianas. Oro, leo mucho y tengo un grupo de reflexión con las hermanas. Aquí mi misión es la escucha, el compartir, orar y ser feliz, y seguir creciendo con ellas en la cercanía de Dios”. ¡Viva Jesús y María!
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